Capítulo 26 Mansión Galloway 27 de diciembre de 1942 Nathaniel Galloway

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Me sentía bastante paranoico después de haber visto aquellas instantáneas. Tenía miedo. No estaba a salvo, ni siquiera, en mi propia casa, mi hogar que iba convirtiéndose poco a poco en una pesadilla. Las palabras de la detective me reconfortaron un poco a pesar de que era consciente de que él iba mil pasos por delate que nosotros. Era como si las paredes tuvieran ojos. No quería quedarme solo en mi habitación porque la sensación de que me estaban observando me perturbaba. Me ponía los pelos de punta.
Cuando la detective me dejó a solas entré en pánico y mi respiración comenzó a alterarse. El corazón me bombeaba con fuerza como si se me fuera a salir del pecho y no podía parar de temblar. Me abracé con fuerza y me tumbé sobre mi cama Comencé a mecerme con suavidad. Quería pedir ayuda porque pensaba que me moría, pero no tenía fuerzas para alzar mi voz.Lo intenté varias veces, pero lo que emergía que de garganta era como un murmullo. Un susurro. Los dedos de mis manos se retorcían. Y por un instante pensé que iba a perder la razón. Lloré. Sollocé en silenció. En soledad. Con miedo a que me escucharán. Solo podía pensar en ella, en mi madre que podía verla cada vez que cerraba los ojos como si tuviera la imagen de su rostro grabado en mi mente, indeleble. Hasta que volvió el recuerdo de su cuerpo, sin vida, ensangrentada sobre su cama. Pálida. Como si algo en ella se hubiera apagado mientras le acariciaba. Mi mano acariciando la suya mientras lloraba. Estaba helada y me asusté. «¿Por qué estaba tan fría?» pensé. Se la cubrí con la sabana con suavidad, como si se fuera a quebrar con un solo roce, como si fuera de cristal, con la esperanza de que fuera entrar en calor, como si simplemente yaciese plácidamente dormida, pero, en realidad, ya ella no estaba. Como si su cuerpo se hubiera transformado en un recipiente vacío. Lo que ella era se había desvanecido simplemente. Solo entonces pude entender lo insensible y vil que era la vida porque puede llegar a arrebatarte los más preciado que tienes sin previo aviso. Pensé en mi hermana pequeña que, tan solo con diez años, estaba sufriendo por la muerte de nuestra madre. Al igual que yo, sola. Me di cuenta de que nos necesitábamos el uno al otro, aunque padre estuviera ausente. Debía levantar cabeza y proporcionarnos la seguridad que necesitábamos. Respaldarnos. Sin embargo, pasaba los días encerrado en su despacho para lueg0 esfumarse. Como si se escondiera. No se de qué, pero es probable que tratase huir de la realidad para no hacerle frente a la muerte de nuestra madre. A aquella mansión donde yacía el mismísimo Ángel de la Muerte al que yo mismo le hice frente.

El Misterioso Caso de la Mansión GallowayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora