Capítulo 5 Mansión Galloway 20 de diciembre de 1942 Katherine Jones

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La nieve caía lentamente, acumulándose en el alfeizar de las ventanas. La noche había sido sumamente fría, pero gracias a las chimeneas de la casa, permitían que, aquel lugar, mantuviese el calor en su interior. A pesar de la amplitud de la mansión, esta tenía un efecto acogedor, aunque para William ese era el menor de sus problemas.

Me desperté horas antes de que, mi reloj despertador, sonase. Jack, yacía plácidamente dormido arropado con la colcha del mismo color el papel de pared. Me puse una camisa blanca, uno de mis trajes con pantalón, el cual era de tiró alto, de color marrón, e intenté salir sigilosamente de allí, no quería molestarle. Eran las siete de la mañana y todos los residentes estaban despiertos, incluso, los niños, que había visto a través de una de las ventanas de la habitación, se encontraban jugando entre los jardines de aquella majestuosa finca.

Todos los sirvientes andaban de acá para allá, mientras yo me dirigía a desayunar. Llegué al salón donde, por primera vez, interrogué al Señor Galloway junto a sus hijos, pero esta vez se encontraba solo, sentado en una pequeña mesa redonda tomándose un té y con un plato, el desayuno tradicional inglés: panceta, huevos, tomates fritos, champiñones fritos, un par de tostadas, y salchichas. Se encontraba dándole un sorbo, y de pronto me vio entrar decidida.

— Buenos días, Señor Galloway — dije.

Parecía sorprendido por las horas a as que aparecí, porque miró su reloj de bolsillo. Además, dirigió su mirada hacia mis pantalones, como si nunca hubiese visto a una mujer con ellos, incluso, se atragantó con el té.

— Buenos días — contestó.

Tocó una campanita que se encontraba sobre la mesa y unos breves segundos, una de las sirvientas apareció.

— ¿Qué desea?

— Un desayuno para la detective Jones, por favor — dijo.

— Ahora mismo

La sirvienta desapareció tras la puerta.

— No hacía falta — dije.

— No es molestia — dijo, y continuó con su desayuno.

A los pocos minutos, la misma sirvienta reapareció con una bandeja, el cual llevaba mi desayuno. Era el mismo que se estaba tomando, en aquel momento, el Señor Galloway.

— Gracias..., ¿cuál es su nombre? — le pregunté a la sirvienta.

— Madeline.

— Gracias, Madeline — le dije agradecida.

—¿Cuántos terrones de azúcar quiere?

— No se preocupe, ya lo hago yo — le contesté.

No estaba acostumbrada a que me sirviesen nada. Yo era una mujer de clase media que vivía en un apartamento en Londres, sola e independiente. Tampoco, he tenido nunca la necesidad de tener una sirvienta, además, me parece que aquellas mujeres podrían ganarse a vida de otra manera más autosuficiente y justa.

Estuve desayunando junto al Señor Galloway, sin embargo, durante todo ese tiempo, ni siquiera me dirigió la palabra. Quizás estaba avergonzado por lo de anoche o, otra opción, que estuviese sumido en sus pensamientos. Por ello, intenté, sacarle tema de conversación. Le pregunté cosas como qué tal había dormido, cuantos años tenían aquellos muebles, ...

— ¿Y cuánto lleva perteneciendo esta propiedad a su familia, Señor Galloway? — le pregunté, de pronto.

— Siglos — contestó —, concretamente desde finales del siglo XII, por eso la arquitectura de esta mansión es una mezcla entre la arquitectura gótica inglesa, con esos contrafuertes, arbotantes y pináculos, y el estilo victoriano.

El Misterioso Caso de la Mansión GallowayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora