Capítulo 2 Mansión Galloway Tarde del 19 de diciembre de 1942 Katherine Jones

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Iba conduciendo mi Renault Celtaquatre negro por una carretera en el condado de Cumbria, en Inglaterra.  Grandes extensiones de campo y bosques cubrían el paisaje hasta que al fin vimos un torreón entre la maleza.

— Debe de ser allí, es la única vivienda que hemos visto en millas— comento mi ayudante.

— Ahora lo comprobaremos, Jack.

Estuve conduciendo unos minutos más, hasta que llegamos junto a una puerta metálica formadas por rejas y unas columnas de ladrillos de un color rojo intenso. Una G de hierro decoraba la entrada de la propiedad de la familia Galloway. Todos los elementos habían sido cuidados meticulosamente para evitar que el tiempo los consumiera. Sin embargo, el metal de las puertas si mostraba algo de deteriorado. Era inevitable. No se puede combatir contra el traspaso de los años. El tiempo siempre va dejando huella.

Mi ayudante, que se encontraba sentado en el asiento del copiloto, salió del vehículo y abrir las puertas. Cuando comenzó a hacerlo, pude notar que ese portón pesaba excesivamente, puesto que Jack, al intentar empujar, se puso completamente en diagonal y sus zapatos se hundían y resbalaban en el barro que se había formado debido a la lluvia que había caído durante la noche. Cuando hubo terminado, esperó fuera a que yo atravesase la entrada para volver a cerrar. Subió al vehículo con la respiración entrecortada y algo sudoroso y despeinado. Se limpió las gafas redondas que llevaba porque el vaho le impedía ver con claridad.

— Péinese un poco, señor Connor — dije sin desviar la mirada del camino—hay que tratar de dar una buena impresión a esta familia.

— Gracias por avisarme, detective Jones

— No hace falta que las des — hice una pausa —, y le tengo dicho que solo me llames así cuando estemos trabajando, el resto del tiempo llámeme, Kath o Katherine, como prefieras.

— Si claro, por supuesto

Aparqué el coche cerca de la puerta principal de la mansión donde la familia nos esperaba junto a sus sirvientes y sus dos perros, dos corgis galeses de Pembroke, que esperaban sentados, obedientes, mientras la familia Galloway, o parte de lo que quedaba de ella, nos recibía en la entrada. Me puse mi sombrero a juego con mi traje chaqueta de cuadros verde y marrón y finalmente mi gabardina roja ajustándola a mi cintura y colocando adecuadamente las solapas del escote

Bajé del Renault al mismo tiempo que mi ayudante y el señor Galloway se aproximó con paso firme y seguro hacia Jack.

— Es un placer conocerle, señor Jones— dijo tendiéndole la mano.

Jack Connor se quedó petrificado y confuso. Así, pues me dirigí al otro lado del vehículo donde se encontraban y le di la mano.

— Siento decirle esto señor, pero yo soy la detective Jones, pero puede llamarme Katherine si así lo prefiere...Él es mi ayudante Jack Connor. A su servicio

Se quedó atónito y algo sorprendido.

— Pensé que el detective que nos ayudaría sería un hombre— hubo un silencio incomodo e intenso — Quiero decir... la profesión de detective puede ser algo peligrosa en algunas ocasiones, sobre todo para las mujeres.

Me estaba ofendiendo, por ello decidí hacer oídos sordos a aquel comentario. Era algo típico que, en familias como aquellas, la mujer pasase a estar en un segundo plano, ya que, según la mentalidad, debían estar en casa cuidando a sus hijos.

Incluso, me recordó a mi periodo de estudios en la universidad puesto que hasta los profesores me cuestionaban al igual que mis pocas compañeras, la gran mayoría de mis compañeros eran hombres. Estudié criminología en la Universidad de Londres en el año 1915, y a pesar de que en 1880 fue cuando por primera vez unas mujeres obtuvieron sus títulos de licenciatura en mi universidad, todavía era raro ver un gran número de mujeres llevando a cabo sus estudios. Incluso, no podíamos vestirnos con libertad.

El Misterioso Caso de la Mansión GallowayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora