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En Ashcraft Lane, el jefe O'Neill se hallaba de pie recostado en el borde del escritorio con los tobillos y los brazos cruzados. Miró con ojos escrutadores a Scubs, cuyo rostro rezumaba cansancio. El inspector había subido el cuello de su abrigo hasta las orejas y no parecía tener la menor intención de quitárselo pese a que el clima, dentro de la oficina, era agradable gracias a la chimenea encendida.

—¿Y el sargento Flanagan? —preguntó O'Neill indicándole con una seña que podía sentarse, cosa que el inspector agradeció, se sentía realmente agotado.

—Dejé que se marchara, señor. —Corrió deliberadamente la silla para acercarla a la chimenea—. No tenía sentido que viniéramos los dos con esta lluvia. —El jefe O'Neill percibió cierto tono admonitorio en sus palabras y le costó esconder la sonrisa—. El crimen fue cometido dentro de la casa, en el recibidor de los sirvientes —continuó Scubs, estirando las piernas hacia el calor—. La familia no estuvo presente esa tarde, excepto el hijo menor que se quedó leyendo en su cuarto. Dan fe de ello algunos sirvientes y el ayuda de cámara.

O'Neill levantó la ceja derecha.

—No sería extraño que un sirviente mintiera para proteger a su amo —expresó.

—Lo sé, señor, por eso Flanagan y yo contrastaremos las declaraciones. Aparentemente todas son correctas. Hemos comprobado que ninguna cerradura ha sido forzada, ni rota alguna ventana, por lo que, si alguien de afuera hubiese entrado para asesinar al ama de llaves necesitó, por fuerza, la connivencia de alguien de dentro.

—Entiendo. O la mató alguien de la casa.

—Exacto, el jefe Miller montará guardia esta noche para que a nadie se le ocurra escabullirse.

—Si lo intentaran, sería maravilloso —opinó el superintendente—. Tendríamos a nuestro asesino.

—No necesariamente, a veces basta con que uno crea saber algo para que le entre miedo y quiera escapar.

—Eso es cierto.

—El cuerpo fue descubierto por una de las doncellas que en aquel momento iba a limpiar los cristales de la única ventana que tiene el vestíbulo de la servidumbre. La chica dice que tuvo un día bastante normal hasta el acontecimiento. —Scubs prefirió no hablar aún del incidente de la bandeja del té, al cual Kathy había restado importancia en su declaración. Lo investigaría mejor al día siguiente.

—Bien. ¿Cómo piensa seguir? —preguntó O'Neill.

—Mañana regresaremos a Hillside Bell y continuaremos indagando. Tiene que haber algo fuera de lugar en el curso de los hechos que nos han relatado.

—¿Encontraron el arma?

—No, señor. Al parecer fue un cuchillo de carnicero común y corriente, como el que se usa en cualquier cocina. Es asqueroso imaginarlo, pero hasta podría ser el que utiliza a diario la cocinera Boyle para preparar las comidas de la casa. No hay manera de comprobarlo, pudieron haberlo lavado luego del evento y metido donde se guarda usualmente.

O'Neill suspiró satisfecho. A las claras, era un crimen simple y doméstico que no le reportaría mayores problemas a Scubs. Se acercó a la ventana, la lluvia había cesado y el viento hamacaba las copas de los árboles.

—Muy bien. Manténgame informado.

—Sí, señor.

El inspector salió al frío de la calle y se ajustó el sombrero y el cuello del abrigo. Caía una finísima llovizna que calaba hasta los huesos. Cruzó y dobló en la siguiente esquina. No le había mencionado a O'Neill —lo habría desaprobado— que Flanagan lo esperaba en el Golden Fish, un reducto donde solían reunirse barqueros y malandrines de poca monta para apostar o echar unos dados y donde, además, se comía de maravillas a bajo costo.

La doncella que limpiaba los cristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora