El jefe O'Neill, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, de corte y calidad exquisita, miró distraídamente a través de la ventana de su oficina. Se preguntaba si el recientemente ascendido inspector Scubs sabría manejar la situación a la que debía enfrentarse y, a la vez, se detestaba a sí mismo por dudarlo. Scubs era, por lejos, su mejor hombre. ¡Caramba, si por algo lo había propuesto para promoción!
Lo que le molestaba era que había confiado en que, al menos durante los primeros casos, él mismo lo acompañaría para auxiliarlo en cualquier situación que no acertara, o desconociera, cómo resolver. Pero para eso ¡los crímenes debían suceder en Londres y no en un pueblito a veinticinco millas de distancia!
—¿Me llamó, jefe?
El superintendente giró medio cuerpo. Por la puerta entreabierta asomaba el flamante inspector. Le hizo señas para que entrase.
Jeremy Scubs era alto, de cuerpo macizo y robusto. Las ondas del cabello castaño rojizo se acomodaban en su cabeza sin orden alguno, por lo que había adoptado la costumbre de llevar hacia atrás de la oreja un mechón que le caía permanentemente sobre el ojo derecho. Tenía pómulos altos y bien definidos. Un manto de pecas, que se desvanecía hacia las mejillas, le cubría la nariz. Sus labios eran finos y de sonrisa fácil.
—Siéntese —ordenó el jefe, disponiéndose a hacer lo mismo—. Tengo un caso para usted y confío en que estará a la altura.
—Yo también lo espero, señor —replicó el joven. Se ubicó frente a él y sostuvo el sombrero entre las manos. O'Neill le extendió un papel.
—Esta nota nos llegó esta mañana, la envía el jefe Miller, de Hillside Bell.
Luego de leerla, Scubs dejó la misiva sobre el escritorio y se echó hacia atrás con las piernas cruzadas, atento a las siguientes órdenes. Pero el jefe no abrió la boca.
—¿Hay algo más, que quiera decirme? —preguntó entonces.
El superior inhaló profundo. No tenía otro efectivo disponible y era impensable que él abandonara su puesto por lo que, pese a sus reservas, no le quedaba más remedio que enviarlo con el apoyo de un sargento tan inexperto como él.
—¿Conoce Hillside Bell? —indagó.
—No, señor.
—Está a veinticinco millas de Londres, es un pueblo pequeño con un jefe y dos agentes como única fuerza policial; nos piden ayuda. Tiene sitio en el próximo tren que sale de Paddington, el sargento Flanagan lo acompañará. —Scubs asintió, se puso en pie y acomodó la silla bajo el escritorio—. Habrá un agente esperándolos en la estación, no creo necesario que alquilen habitaciones para pasar la noche, podrán venir a Londres hacia el atardecer y regresar al día siguiente, ¿no le parece? Es bastante cerca.
—Sí, señor.
A O'Neill, en realidad, le daba lo mismo si se quedaban una semana en el pueblo o regresaban cada día, lo que necesitaba era mantenerse informado de los sucesos hasta tener la seguridad de que Scubs podía hacerlo solo. Y bien.
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La doncella que limpiaba los cristales
Teen Fiction✔Novela juvenil / Policial ✔Completa #CoronaAwards2024 Unos horribles asesinatos se han cometido en una de las casas más prestigiosas de Hillside Bell. El recién ascendido inspector Scubs es designado a la investigación y se abocará a ello con toda...