Epílogo

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Hyde Park estaba rebosante de alegría; niños custodiados por sus niñeras hacían rodar aros de madera a los que perseguían alborozados, o cabalgaban sobre enhiestos caballitos inanimados. Damiselas con gruesos vestidos de colores claros y sombrillas festoneadas, reían cuando varones, tan jóvenes como ellas, las saludaban levantando el sombrero.

Era domingo y el día se presentaba frío, aunque con un sol radiante que invitaba a la aventura y al disfrute.

Scubs vio a lord Riderbown acercarse por el sendero oeste, vestía impecable, un costoso abrigo cuyo faldón revoloteaba detrás, corbata y camisa de seda, y brillantes botas oscuras. Su cabello rubio ondeaba dándole apariencia de aura. Sus pasos eran firmes y enérgicos.

—Espero me tenga buenas noticias, inspector —dijo quitándose un guante para estrecharle la mano.

—Así es, milord, hemos atrapado al chantajista.

—¡Estupendo! —Riderbown lo invitó a caminar.

—También hemos descubierto otras cosas... —Lord Riderbown asintió con la cabeza; en toda investigación aparecían inconvenientes, él lo sabía. Scubs prosiguió—: Cosas muy delicadas, milord. Tanto que he debido sopesar a solas, con mi conciencia, para decidir si informarle o no cuando las otras partes interesadas me han pedido que no lo hiciera.

—Me está asustando, inspector.

—Usted fue víctima de un intento de chantaje por parte del ayudante de cámara del señor Aldridge. —Riderbown se paró en seco. Hacía años que no escuchaba tal apellido. Lo miró interrogante por unos segundos y continuaron caminando con paso lento—. Usted mismo me dijo que tuvo una relación sentimental con una criada de la casa Aldridge —prosiguió Scubs, esperando la reacción de su interlocutor; éste no hizo ni dijo nada. Los recuerdos lo abatían—. Catherine Boyle. No detallaremos los pormenores de la ruptura, simplemente le diré que a Catherine la enviaron a Aldridge Hall hasta que le hallaran una buena ubicación.

Riderbown se detuvo una vez más. Scubs lo hizo también.

—¿La enviaron a Aldridge Hall? —preguntó el aristócrata, atónito

—Así es, Timothy Aldridge no tuvo corazón para echarla a la calle, así que, a escondidas de su esposa, se la encomendó a sus caseros, fue entonces que descubrieron que estaba embarazada.

Esta vez, lord Riderbown decidió sentarse en el primer banco que encontró; su respiración se había entrecortado y sus ojos, humedecido.

—Continúe, inspector, se lo ruego.

Scubs suspiró.

—Catherine dio a luz una niña. Por razones obvias, la pequeña fue entregada.

—¡Dios mío! —murmuró Riderbown. El recuerdo de los ojos mansos de Catherine, su sonrisa límpida, lo estremeció formándole un nudo en la garganta. ¡Una hija! ¡Suya y de Cath! Tuvo que apretar con fuerza sus lagrimales para contener el llanto. Scubs se conmovió profundamente.

—Al descubrirlo —continuó—, una de las doncellas intentó chantajearlo a usted, pero necesitaba ayuda así que... arrastró a dos compañeros en su ambición. Uno de ellos, era el señor Phelps. En el intento, fueron asesinadas tres personas.

—¡Qué horror! ¿Y Cath? ¿Está bien? ¿Sabe algo de la niña?

—Catherine está casada, viviendo lejos de aquí; por lo que sé, se encuentra bien... En cuanto a la niña...

—¿Qué le sucedió, inspector? ¡Dígamelo!

—Se encuentra bien. ¿Puedo hacerle una pregunta?

—¡Claro!

La doncella que limpiaba los cristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora