Scubs se quedó inmóvil bajo la llovizna, como si un vacío se hubiera abierto delante suyo. ¡Había intuido que Dorothy Stuart estaba en peligro y no fue capaz de protegerla! Los Aldridge estaban en Londres y los sirvientes, solos; el asesino tenía que ser uno de ellos. ¡Estaba allí y el resto se encontraba indefenso! No podía dejarlos. No había salvado a Dorothy, pero salvaría a los demás. Atraparía al culpable.
Necesitaba pensar. Le ordenó a Flanagan que regresara a Londres para encargarse de eso tan grave que los demandaba y le informara a O'Neill de este nuevo crimen. Él se quedaría en Hillside Bell al menos por ese día. También le ordenó que fuera a casa de lord Blieching e informara a la familia.
Aunque al sargento no le hizo gracia el encargo, no le quedó más remedio que obedecer.
Scubs y Lucius subieron a un coche de punto y partieron hacia Aldridge House. Una vez allí, el inspector pagó al cochero, envió al muchacho en busca del jefe Miller y del doctor Stevens, y llamó a la puerta.
Le abrió Grubber, con gesto consternado.
—Pase, pase, inspector. Esto ha sido... Y los señores no están...
El mayordomo retorcía los dedos de las manos que caían a los lados del cuerpo, apretaba los labios y sus ojos reflejaban la falta de descanso de las últimas noches. Parecía realmente muy asustado.
—¿Dónde está el cadáver? —preguntó Scubs.
—En el dormitorio, señor, pasó igual que con Kathy... La ma.... la mataron mientras dormía. ¡Alguien entra en esta casa cuando quiere y se está deshaciendo de todo el servicio! —exclamó con voz angustiada.
Scubs miró a uno y otro lado.
—¿Dónde están los demás?
—En la cocina, señor. He cerrado la puerta de la habitación de Dorothy con llave. Nadie la ha tocado excepto yo, que intenté encontrarle el pulso cuando notamos que no había forma de despertarla.
—¿Quién la halló?
—Jennifer, señor, la fregona. Cuando vimos que no llegaba para el desayuno, fue a despertarla. La señora Clemont, que es quien ahora comparte el cuarto..., compartía..., estaba muy disgustada, había dicho que es obligación de cada uno levantarse a horario, lo cual es muy cierto, y que ella no le haría de niñera, entonces...
—Está bien, Grubber, tranquilícese —lo interrumpió, compadeciéndose del pobre hombre.
Emily apareció por el arco lateral con gesto contrito.
—Inspector Scubs... —susurró.
—Ve con los demás, Emily —ordenó Grubber con suavidad—, yo hablaré con el inspector. —La niña asintió con la cabeza—. No te apartes de Hellen o de Stephen, ¿está claro?
—Sí, señor.
A Scubs lo mordió la culpa al ver los tristísimos ojos de la jovencita y la preocupación del mayordomo.
—Venga conmigo —pidió éste, girando sobre sí mismo. El inspector lo acompañó a través de la sala, luego del comedor, hasta llegar a un sector que no conocía. Era el salón principal para visitas y reuniones. Doblaron a la izquierda, Grubber abrió una puerta forrada en paño claro del lado que daba a la sala y oscuro en el reverso, y accedieron a otra escalera que conducía a las habitaciones del servicio, bajaron y, luego de atravesar un pasillo corto, llegaron a los dormitorios.
Dorothy yacía boca arriba, su rostro reflejaba una horrible mueca de dolor y los dedos de las manos estaban ligeramente crispados. Scubs los tocó con la punta del índice, no se movieron, se sentían fríos, pero aún podía forzar el rigor si imprimía apenas un poco de fuerza; prefirió no hacerlo, dedujo que llevaba muerta al menos unas siete u ocho horas. Movió con delicadeza el volante del camisón y constató que no había marcas de estrangulamiento. No dijo nada, optó por esperar la opinión del médico, aunque le llamó poderosamente la atención la coloración de la piel, la mueca y la saliva espesa acumulada en la boca.
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La doncella que limpiaba los cristales
Teen Fiction✔Novela juvenil / Policial ✔Completa #CoronaAwards2024 Unos horribles asesinatos se han cometido en una de las casas más prestigiosas de Hillside Bell. El recién ascendido inspector Scubs es designado a la investigación y se abocará a ello con toda...