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Scubs s y Flanagan volvieron a encontrarse casi al atardecer. La llovizna había cesado y dejado en el aire una bruma ligera y helada. Se reunieron a cenar en el Golden Fish, guisado de cordero con verduras y flan. Mientras aguardaban el servicio, Scubs bebió de un trago su vaso de sidra bajo la mirada cautelosa del sargento, que no se atrevió a decir palabra. Luego pidió un segundo vaso y se reclinó en la silla. No pensaba contarle a Flanagan sobre sus descabelladas ideas; lo tomaría por loco.

—¿Se encuentra bien, inspector? —preguntó, algo temeroso, el sargento.

—¿Qué? ¡Oh, sí! Solo estaba... ordenando mis ideas. —Movió los dedos como para alejar sus pensamientos. El ceño aún fruncido—. ¿Qué dijo el jefe O'Neill?

—Que investiguemos los anónimos de lord Riderbown; si están conectados con nuestro caso, tanto mejor. Mataremos dos pájaros al tiro.

Un desaliñado camarero apoyó sobre la mesa los platos, la panera, un tazoncito con mantequilla y cubiertos.

Scubs miró su plato, se veía delicioso; cayó en cuenta entonces del hambre que tenía. Cortó una rebanada de pan, la untó con mantequilla y la mordió con ganas. Estaba crujiente, exquisita. Flanagan lo imitó.

—Hay algo que me da vueltas en la cabeza —dijo el inspector luego de pinchar un trozo de cordero, sin soltar el pan—, ayúdeme a ordenarlo. —Flanagan, que se deleitaba con unas verduras, asintió con la cabeza—. Dorothy Stuart era quien tenía la tarea de limpiar los cristales aquel martes de octubre, pero, por alguna razón, intercambió con Kathy Rhys. —Se dio tiempo para masticar. No miraba a Flanagan; sus ojos se habían detenido en algún paisaje ausente, como si lo sucedido ocurriera ahora frente a sus ojos—. Había oído una discusión entre la cocinera y el ama de llaves...

—La chica escuchó la discusión y entonces decidió cambiar de lugar con Kathy Rhys —señaló Flanagan enfatizando la palabra «entonces». Bebió un sorbo de sidra.

—Exacto —concedió Scubs, antes de morder una patata. Aquella idea que se había colado en su cerebro no terminaba de mostrarse, pero allí estaba. Tenía que acabar de formarla—. El secreto de la señora Boyle... —murmuró—. Dorothy escuchó algo que tiene que ver con la cocinera, la cual es madre de una sirvienta que fue despedida tras haberse involucrado con el prometido de la señorita de la casa. —Flanagan le prestaba toda su atención sin dejar de comer—. Es decir, Catherine Boyle mantuvo una relación con lord Riderbown, quien se había prometido en matrimonio a Constance Aldridge. De acuerdo a lo que me ha contado la señora Lee, Catherine fue despedida por Mary Louise, pero, como Timothy Aldridge conoce a Hellen Boyle de toda la vida, no tuvo corazón para dejar a su hija en la calle y la envió a Aldridge Hall, en Essex..., donde... ¡los padres del agente Hayden son caseros! —exclamó triunfal—. Ellos tie... ¡Oh, Dios mío!

—¿Qué? ¿Qué sucede? —preguntó Flanagan con preocupación. Había acabado su plato y frotaba sus labios con la servilleta.

—¡Los padres de Hayden tienen que saber lo que sucedió! Según los anónimos, Catherine Boyle estaba embarazada. ¿Quiénes lo sabrían?

—Los Hayden —respondió Flanagan razonablemente.

—¡Exacto!

—Y la misma Catherine —agregó el sargento.

—Claro... Un momento —Ahí estaba de nuevo esa idea que no terminaba nunca de desarrollarse—. Según Emily, las cartas de la sobrina de la señora Woods provenían de Yorkshire, ¿verdad? —El sargento asintió clavando la cuchara en el postre, sin quitar los ojos del inspector—. Bien, las pocas personas que nos han hablado de Catherine Boyle, no saben exactamente dónde se encuentra, pero nombran Yorkshire como posible... ¿Y si se conocen?

La doncella que limpiaba los cristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora