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Hacia el mediodía el cielo se veía completamente gris. Scubs caminaba con Emily entre las lápidas del pequeño cementerio situado junto a la vicaría, justo a la entrada de Prickly Wood, el bosquecito del que los pueblerinos se sentían orgullosos y era punto de referencia. Decían: está «al este del bosque», o «detrás del bosque», o «cruzando el bosque». Todo parecía quedar en torno a él. Y es que, en verdad, Prickly Wood se hallaba casi en el medio de Hillside Bell.

La niña se detuvo frente a la tumba de Kathy Rhys.  Scubs, que caminaba despacio con las manos en los bolsillos, se volteó al darse cuenta de que ella se había detenido. Rogó que no se echara a llorar, no sabría qué hacer. ¿Cuál sería la historia de Emily Hattie? Era evidente que el mayordomo y la cocinera la trataban con especial deferencia. ¿Por qué? Si bien la niña parecía algo más espabilada que el resto de los sirvientes, tenía que haber algo más por lo que se la considerase tanto. Seguramente, el saber leer y escribir, le habría abierto, a través de los libros, un mundo que el resto desconocía. Si también tenía alguna instrucción sobre cálculo no era extraño que los aventajara. Todo lo cual asombraba a Scubs. Era la primera vez que conocía a una criada de esa edad con tales aptitudes. Aunque, siendo sincero, nunca antes había prestado atención al servicio.

Emily se volvió con un suspiro. Parpadeó varias veces para quitarse las ganas de llorar y continuó parloteando. Puso al inspector al tanto de lo que Jennifer le contara acerca del señorito Anthony.

—¿Le crees? —preguntó él.

—Jenny es mi amiga, nunca la he escuchado decir una mentira... Bueno, tal vez en alguna broma, pero no en algo importante.

Dentro de la vicaría la gente conversaba, comía tartaletas y tomaba refrescos, nadie se había percatado de sus ausencias, excepto Grubber que, cada tanto, estiraba el cuello para observarlos a través del ventanal. Scubs lo vio, pero no le hizo caso.

—Así que Jennifer y Arthur son amigos —continuó indagando.

—Se criaron juntos —explicó Emily prestando atención a las piedrecitas del camino—, Jenny llegó siendo muy pequeña, pedía limosna en los trenes, pobrecilla. Un obrero del señor Aldridge la llevó a la fábrica y luego la trasladaron a la casa. De niña jugaba con el señorito y la señorita Amelia.

—Doy por descontado que no sospechas de ella —añadió Scubs sonriendo mientras pateaba con suavidad un guijarro.

—¡No! ¡Jennifer jamás habría matado a Kathy! Tal vez a la señora Woods. —Esbozó una sonrisa ladina—. ¡No, es broma! Jenny sería incapaz de asesinar, siquiera, a una rata. —Hizo una pausa de varios segundos y dijo—: ¿Sabe? Estoy convencida de que Kathy le contó algo a la señora Clemont; algo que le hizo el señorito Arthur, o le dijo.

—Por eso Clemont le aconsejó que callara.

—Sí. Y le recordó que sería su palabra contra la de él. No es necesario ser muy inteligente para saber cuál de los dos hubiera ganado. —Emily apretó los labios y meneó la cabeza en gesto de resignación.

—He estado con la señora Clemont —señaló el inspector—, fue bastante reticente, pero algo soltó. Si pudiera volver a conversar con ella ¿crees que me contaría lo que habló con Kathy?

—Si complicase al señorito, no. Pero tal vez se lo contaría a Andrew... perdón, al señor Grubber.

—¿Puedes hacer que ocurra?

—Puedo intentarlo. ¿Qué significa «reticente»?

Scubs sonrió mirando el piso cargado de hojas. Una ardilla se escondió entre los arbustos.

—Que se reserva cosas para sí mismo —explicó. Seguidamente y por hablar de algo, le contó de la visita que le hizo a la señora Lee; Emily expresó su simpatía por ella a pesar de considerarla un tanto chismosa, aunque la justificó asegurando que la pobre no tenía otra cosa con qué divertirse. De lo que Scubs prefirió no enterar a la niña fue de  la posibilidad de que Amelia se convirtiera en tía suya; de solo pensarlo le corría frío por la columna. ¡Amelia era casi una niña! ¡Si hasta era más joven que él! ¡Y su tío estaba en el umbral de los cuarenta!

La doncella que limpiaba los cristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora