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Era domingo y, aunque los señores estuvieran ausentes, el servicio de Aldridge House se preparó para asistir a la vicaría. Ataviados con sus mejores galas partieron con una mezcla de tristeza y alborozo. Tristeza por las dos mujeres fallecidas cuyas presencias extrañaban y alegría por la ausencia de los amos, que les permitía ese trocito de libertad del que tanto disfrutaban

La mañana estaba fresca y nublada, no se vislumbraba lluvia al menos hasta la tarde.

La señora Boyle, con un vestido negro que había conocido mejores tiempos y un sombrerito a tono ligeramente ladeado, partió del brazo de su marido, engalanado con el único traje decente que poseía y una corbata de seda, regalo del señor Timothy para alguna navidad. Llevaban los abrigos bien cerrados; la cocinera, además, había cruzado un chal negro sobre sus hombros.

Grubber conversaba animadamente con Mathew y con Lucius, todos vestidos de negro, con los cabellos aplastados y brillantes. Más atrás, Molly y Silvie caminaban tomadas del brazo, luciendo sus impecables vestidos grises de calle, prolijamente peinadas con moños y lazos blancos. Emily llevaba el paso a la par de Jennifer Otto. Cerraban la comitiva, Dorothy y la señora Clemont, quien se había quedado furiosa porque la señora Mary Louise no la había llevado a Londres. ¡Era su doncella, caramba!

Emily caminaba en silencio, aún no había encontrado el modo de preguntarle a Jenny qué diablos hacía en el cuarto del señorito Arthur aquella tarde.

La oportunidad se le presentó después de la misa, cuando todo el pueblo se encontraba entre el salón y la galería bebiendo refrescos, comiendo tartas y charlando. Fue la propia Jennifer quien se le acercó con un platito de pastas y la mirada chispeante.

—Gracias —retribuyó la criada, aceptando un bocadillo—. Pareces contenta.

La fregona levantó apenas los hombros y dejó el plato sobre la mesa. Cogió un vaso de limonada y una pasta de crema.

—Me gusta estar aquí —consintió—, ver a todo el mundo. Es como un día de feria, ¿no crees?

—Es verdad; es como si todos olvidasen sus obligaciones por un día. —Jennifer sonrió, asintiendo con la cabeza mientras engullía la pasta. Emily no quiso dejar escapar el momento y bajó la voz—: ¿Puedo hacerte una pregunta algo... indiscreta? —Su amiga volvió a asentir al mismo tiempo que bebía un gran sorbo de refresco—. ¿Sueles entrar al cuarto del señorito Arthur...? —Jennifer estuvo a punto de responder que claro que entraba, puesto que era quien fregaba los pisos, pero Emily continuó hablando—: ¿Estando el señorito dentro? —La muchacha se envaró con gesto de sorpresa—. Encontré un trocito de delantal en un gozne de su puerta —siguió la niña en voz baja—. Del lado de adentro, ¿es tuyo?

—¡¿Conque allí se me rompió?! —exclamó Jennifer con una chispa de humor en los ojos, parecía a punto de echarse a reír, sin embargo,  la tomó de un brazo y la apartó hacia un rincón—. ¡Conozco a ese granuja desde que apenas ha comenzado a andar —dijo juntando las cejas—, sabía que le estaba detrás a Kathy y, después de lo ocurrido con la bandeja del té y demás, he ido a verlo para asegurarme de que no quedaría implicado por alguna tontera que hubiera hecho; y a advertirle que estaría en la mira de la policía!

Emily tenía claro que Jennifer había llegado de muy pequeña a la casa Aldridge, y que tenía, más o menos, la misma edad que Amelia y Arthur; incluso sabía que, de niños, solía jugar con ellos. Era posible que quisiera cuidarlo.

—¿Y cómo fue que se te rompió el delantal? —preguntó cruzando los brazos, inquisitiva.

—Se ha enojado, el muy cretino. Me ha dicho que cómo podía pensar que estaba implicado en la muerte de Kathy. Le he dicho: «sé que le andabas detrás como conejo en celo; si la has embarazado te las verás negras». —Emily abrió los ojos como platos y se tapó la boca con ambas manos—. No, no te asustes —la tranquilizó Jenny estirando su largo cuerpo para coger otra pasta—, me ha asegurado que nunca la tocó. Pero me ha zamarreado un poco para que no hablara del tema con nadie. —Lanzó una carcajada con todo el disimulo que pudo.

La doncella que limpiaba los cristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora