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Con una doncella menos, el trabajo en Aldridge House se multiplicaba. Los sirvientes notaban menos la ausencia de la señora Woods que la de Kathy; no solo porque a la primera no le guardaban demasiada simpatía, sino porque el señor Grubber se las arreglaba más que bien para dirigirlos, gobernar y organizar la casa. A Kathy la extrañaban.

Emily, que ya había desayunado y limpiado las cenizas de las estufas, se encontraba arreglando la habitación de la señorita Amelia; había quitado las sábanas, puesto limpias y cambiado las toallas del tocador.

El cuarto era femenino, cálido. Las paredes estaban empapeladas en un tono durazno con ramilletes de flores pintadas aquí y allá, la puerta forrada en paño algo más oscuro con finos ribetes dorados. Los muebles eran de madera y líneas onduladas. Una pesada colcha de tafetán color durazno y almohadones al tono cubrían la cama. Emily sintió una profunda emoción al ver un cojín en particular. Era uno cuya cubierta, tejida en lana roja simulando una rosa, había quedado algo torcida. Lo había hecho ella misma cuando tenía unos ocho años y, con toda la vergüenza y la ilusión del mundo, se lo había obsequiado a la señorita Amelia cuando esta cumplía sus dieciséis. Todavía recordaba los ojos emocionados de la señorita: «¡Emily, es muy bonito! Muchas gracias, lo tendré siempre en mi cama». Y allí estaba.

Recordó también las carcajadas de la señorita Constance y la señora Mary Louise. Se había sentido tan estúpida que, para que no la vieran llorar, había salido corriendo.  Desde entonces, no volvió a regalarles nada más a ninguno de los Aldridge. 

Sus tejidos era lo único que podía obsequiar en cumpleaños o navidades. Había comenzado a aprender a los cinco años y jamás había dejado de hacerlo. Berenice Hattie le había enseñado los primeros puntos, luego había ido aprendiendo de Hellen, de Jennifer y hasta de la misma señora Mary Louise, que alguna vez, mucho después de aquel almohadón, le había enseñado el punto arroz.

Apiló las sábanas y toallas, repasó el tocador con un trapo, acomodó con cuidado el joyero de madera labrada y los potes de cremas, ungüentos y colonias.

Mientras tanto, deseaba con el corazón que no la asignaran doncella de Amelia. No le gustaba ese trabajo. Prefería la libertad que le daba ser criada. ¿Pero cómo podía pensar algo así? ¡Debía preocuparse de su futuro! ¡Para una simple criada, como ella, el futuro era mucho más negro que el de una doncella personal. Pero algo dentro suyo mantenía la esperanza de poder elegir su destino cuando tuviera unos años más. No tenía idea de cómo lo conseguiría, si es que alguna vez lo hacía; ese fuego que palpitaba en su interior le decía que debía intentarlo, siempre. Todo. Lo que fuese. Lo que quisiera lograr. Intentarlo. Eso le habían enseñado Paul y Berenice Hattie, lo más parecido a un padre y una madre que había conocido. ¡Cuánto los extrañaba! Sacudió la cabeza. No podía ponerse sentimental en aquellos momentos. Su corazón latió con más fuerza cuando vio al señor Phelps salir del cuarto del señorito Arthur con algunas camisas para llevarlas, seguramente, al lavadero, o a que las cosieran. Le resultaba curioso el señor Phelps, no lo veía demasiado, si no estaba atendiendo a los señores, se metía en su cuarto a leer o a escribir cartas; tal vez tenía una bonita familia en alguna parte, pensaba Emily.

Miró hacia los lados y a la escalera. Nadie subía. No se escuchaban pasos. Cerró la puerta de la habitación y caminó con sumo cuidado hasta la puerta del señorito Arthur. En el rellano aún se distinguían trazas del té derramado por Kathy. «La señora Mary Louise debió haberse enojado si las ha visto». El señor Phelps había cerrado la puerta del cuarto del señorito, por lo que dedujo que ya no tendría más que hacer allí. Perfecto. Asió el pomo, lo giró conteniendo la respiración y se metió dentro. Si alguien la encontraba allí sería su fin; no existía razón alguna para que entrara en aquella habitación y, por el momento, no se le ocurría una buena explicación si alguien la pescaba.

La doncella que limpiaba los cristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora