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De regreso y vistiendo de nuevo sus gastadas ropas informales, los sirvientes de Aldridge House se dedicaron a lo suyo. La ausencia de los señores les concedía libertad para preparar, con sobrantes, una cena ligera: un poco de carne fría, pan con mantequilla y un buen tazón de sopa caliente complementaría la abundante merienda en la vicaría, les llenaría los estómagos y los haría dormir como angelitos. 

Emily fue a cambiarse junto a sus compañeras y se las ingenió para quedar última en la habitación. Esperó a que Molly fuera a colaborar con la señora Boyle, Silvie a poner la mesa y Jenny a cerrar las ventanas, ya que el cielo amenazaba lluvia de un momento a otro.

Una vez sola, se sentó en la cama, pensativa. La tarde del crimen de la señora Woods, después del accidente con la bandeja, Kathy salió corriendo y fue a limpiar las ventanas, algo que, en teoría, le correspondía a Dorothy. ¿Por qué fue Kathy? 

A ella le había tocado limpiar el desastre en el descansillo, luego bajó a la cocina con el cubo y el estropajo y, al pasar por la salita de recepción, se encontró con la señora Woods, quien le dijo que, si tanto le gustaba hacer las tareas de Kathy,  debería limpiar también las ventanas. Sin hacerle demasiado caso pero mostrándose respetuosa, siguió su camino, bajó a la cocina, habló con Hellen, guardó los artículos utilizados y se sentó a la mesa. Hellen le sirvió la sopa y luego fue que escucharon el grito de Kathy al hallar el cuerpo del ama de llaves. Es decir, pensó Emily, el asesinato ocurrió en esos.... ¿Cuánto tiempo había transcurrido? Se puso de pie y repitió sus movimientos mientras contaba mentalmente. «Uno, dos, bajo la escalera, cuatro, cinco...». Caminó por entremedio de las camas haciendo de cuenta que bajaba los escalones, lo hizo despacio ya que, en aquel momento, estaba cansada y llevaba un cubo con agua. «Treinta y cuatro, treinta y cinco...». Se quedó pensativa una vez más, se acercó a la cama de Jenny haciendo de cuenta que era la mesa de la cocina y se sentó en el piso.

—Em, ¿no vienes a comer? —La voz de Jennifer la sacó de sus pensamientos.

—¿Ya está la cena? —preguntó con aire inocente levantándose de un salto mientras se arreglaba la ropa. Jennifer avanzó hacia ella con sonrisa franca.

—Sí. ¿Qué hacías en mi cama?

—¿En tu cama? ¿Qué podría estar haciendo yo en tu cama? —Debía pensar una excusa, rápido—. ¡Alisándola! —exclamó con los brazos en jarra y en tono admonitorio—. ¡Siempre dejas torcidas las mantas! ¡Tiran más de un lado que del otro! —Meneó la cabeza—. Sinceramente, Jenny, ¡no sé cómo puedes dormir así!

La fregona soltó una carcajada ligera y le pasó el brazo sobre los hombros.

—¡Eres tan perfeccionista, Em! ¡Me enrollo en las cobijas y ni siquiera me entero para donde tiran! ¡Solo duermo!

Emily sonrió. En la puerta, apareció Dorothy con rabia en la mirada.

—¡Tú! —dijo señalándola—. ¡Estuviste fisgoneando mis cosas!

—¡Yo no he tocado nada! —se defendió ella, sorprendida.

—¡Nadie quiere tus asquerosos trapos, niña boba! —espetó Jennifer, dándole un empujón tan fuerte que la hizo trastabillar. Emily alcanzó a sostenerla a la vez que fulminaba con los ojos a su amiga.

—¡No tenías que hacer eso! —le recriminó. Luego se dirigió a la doncella—. ¿Estás bien?

Dorothy se soltó de un tirón, como si las manos de Emily la quemasen.

—Fuiste tú, ¿verdad? —insistió con fiereza—. ¡Eres la única que sabe leer!

—No, no soy la única...

La doncella que limpiaba los cristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora