Capítulo cuatro

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Atenas

Nunca he visto al Dios de las almas. Está prohibido tener imágenes o adoración a un Dios a quien no perteneces en el lugar en qué nací. Cómo el Dios de las almas no ha reclamado ningún territorio en la tierra, pocos humanos lo adoran. Es el único Dios que no tiene sacerdotisa o una ciudad que lo venere.

Mis antepasados han tenido visiones con otros dioses por lo que los retrataron para las siguientes generaciones en secreto. Yo nunca había visto a un Dios antes de él. Antes de saber que era quien me abrazaba bajo la lluvia. Lo analizo con la cabeza ladeada mientras discute con la Diosa destino.

Ella es sublime. Su cabello es como el fuego, tanto en color como en movimiento. Sus ojos son de un color más profundo, parecido a la sangre y su piel es pálida e impecable. Tiene una armadura con pequeños rubíes decorando las mangas y guantes de cuero negro. Es la más pequeña de los Dioses, pero quizás una de las más importantes.

Mientras el Dios de las almas pregunta por mi alma atada a la suya, dejo que mi mirada vague por la habitación. Soy la atadura de un Dios, un Dios que necesita romper un vínculo sagrado. Me muerdo el labio, sosteniendo la respiración.

Siempre he sabido que estoy destinada a encontrar un camino a la divinidad, no pensé que fuera a través de una conexión sagrada con un Dios. Las visiones nunca me mostraron esto, pero son tan esquivas como siempre. Tan horribles y sangrientas como siempre.

Curiosamente, la única visión agradable que he tenido en mi vida le pertenece al Dios de las almas. Lo observo de nuevo, sin prestarle atención a sus palabras. Él me llevará por el camino que define mi destino, confiando plenamente en las visiones. Nunca pensé que sería tan pronto, siempre anhelé robar un tiempo para experimentar la paz antes de entrar en esto. Supongo que solo tuve esperanzas sobre un destino que no me pertenece y un tiempo que robé.

Sin importar qué haga o como intente cambiarlo, los hilos encontrarán el rumbo hacia el propósito de mi existencia. Aprendí que no tiene que gustarme, el futuro nunca ha sido agradable para mí. Aún así lucho con la pena y la decepción que me abordan profundamente. Dejé mis esperanzas hace años, dejé de querer cambiar mi destino pero sigo siendo humana y aunque lo deteste me aborda una profunda desolación que viene siempre con el sentimiento de soledad que me ahoga.

—¿Tienes algún problema con mirarme? —me espeta el Dios con frustración apenas contenida.

No lo miro.

—En absoluto —murmuro ausente.

En dos zancadas, El Dios de las almas me toma el rostro con ambas manos y me hace mirarlo a los ojos. Tiene el ceño fruncido y los labios torcidos en una mueca. Sostengo la respiración mientras me analiza, con sus ojos recorriendo cada una de mis facciones y sus dedos rozando el cabello de mi nuca.

—Mírame siempre a los ojos. —dice mientras retrocede — Dime tú nombre.

—Es usted el Dios de las almas, sabe mi nombre.

—Soy un Dios, el dueño de tú alma, ¿Cómo te atreves a ser tan insolente?

—¿Cómo se atreve usted a siquiera considerar que es dueño de mi solo porque estamos atados?

Si este es el camino a mi destino, si él es el camino, no me permitiré someterme. He tenido suficiente agresión y manipulación durante toda mi vida, no pasaré por esto como el juguete de un Dios. Me incorporo, apoyando la espalda en la cabecera de la cama. Le sonrió con suavidad, alzando la barbilla. Lo enfurece aún más.

—Tú alma es mía. —afirma con los dientes apretados.

—Tu divinidad me pertenece —susurro de vuelta.

El alma de un Dios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora