Capítulo veinticinco

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Atenas


Espero desaparecer cuando mis dedos se unen a la figura que representa a Saili. En cambio, el mundo se llena de color a mi alrededor.

Un segundo, Ilias está tratando de alcanzarme. Al siguiente, soy empujada a un nuevo plano.

El impacto de mi cuerpo contra la gran masa debajo de mi es tan brutal que suelto un grito ensordecedor. Mi visión se convierte en pequeños puntos y jadeo ante el dolor.

Sobre mí, la sombra de una pequeña figura se eleva. Mi cabeza cae hacia un lado, con la vista desenfocada. Mi cerebro está tratando de trabajar rápido, pero estoy desorientada.

Auch.

Una figura mucho más grande opaca a la otra y me pregunto qué carajos está pasando.

—Levantala, Tanaias.

Tardo un segundo, pero logro girarme al escuchar su nombre. Mis ojos se encuentran con una traviesa mirada rubí y el hombre sonríe ampliamente.

—Hola, pequeña Diosa.

Frunzo el ceño mientras se acerca y me levanta en sus brazos. Aunque no debería, comparo este agarre casual con el protector del Dios de la almas. Me maldigo por ello. Él debe odiarme.

Mis ojos recorren las facciones del semidiós antes de centrarse en su acompañante. Destino parace flotar con su vestido suelto y sus mejillas llenas de color. Antes parecía una mujer amarga que ya había tenido suficiente del juego. Ahora parece feliz, joven e impresionantemente bella.

—Lamento eso —me dice, girando para sonreírme mientras camina —. La entrada a este lugar es complicada.

Siento la garganta seca cuando intento tragar.

—¿Dónde estamos?

Destino ladea la cabeza, un brillo intenso en sus ojos.

—En ningún lado. O en todos.

Quiero decirle que estoy harta de los juegos, que necesito que me devuelva a dónde está Ilias. Sin embargo, Tanaias se detiene y me obliga a mirar a mi alrededor.

Mi piel se eriza cuando observo los miles de hilos en el lugar. Cada uno parte desde la pequeña fuente en el medio y se derraman por el suelo como riachuelos llenos de vida.

Estamos de pie sobre ellos, bajo un cielo azul lleno de luz. No hay nada más que la brisa y los hilos de la humanidad. Es tan impresionante que me quedo sin palabras, sofocada.

Tanaias se ríe suavemente.

—Ella tiene mucho que aprender.

Destino dice algo que no comprendo antes de que su hijo me deje sobre mis rodillas sobre los hilos. Me aterrorizo, esperando que esta magia me rechace. Cuando no es así, dejo que mis manos toquen el primer hilo en el suelo.

Las visiones son rápidas en mi cabeza, como una película. Veo la vida de este hombre pasar desde su nacimiento hasta su muerte y el mundo parece perderse mientras vivo en su cuerpo. Cuando su vida se apaga, lágrimas están rodando por mis mejillas.

Miro hacia Destino, que se arrodilla a mi lado.

—No puedes devolver algo que te ha sido dado por voluntad —susurra.

—Murió feliz —digo incoherente, atrapada en otro lugar.

Las pequeñas manos de la Diosa me toman de la barbilla, obligándome a encontrarme con su mirada.

—Cassio pidió que estuviese de su lado, Ilias pidió romper el vínculo entre ambos. Ambos hicieron tratos con Tanaias, ambos se cumplieron. Ahora solo queda uno.

El alma de un Dios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora