Atenas
Este lugar es nuevo para mí. Nunca antes había estado en una montaña, sentada en la cima y rodeada de flores. Descanso de rodillas sobre los suaves pétalos púrpuras, con los talones en los muslos y el cabello suelto. Es extraño experimentar la sensación de los rizos acariciándome el rostro y la espalda cuando toda mi vida han sido trenzados para convertirlos en algo bonito para ver.
Me pregunto si estoy muerta y es así como se ve la tierra de las almas. Los cielos son grises y pequeñas gotas caen. La lluvia se estrella en mi piel y me baña por primera vez en mi vida. El aire está impregnado del olor a la tierra mojada y las flores, nunca he sentido nada igual.
No me doy cuenta de que he cerrado los ojos para abarcar de lleno todas las sensaciones hasta que me tocan el hombro. Alzo la mirada con el rostro empapado, grandes gotas de lluvia se quedan en mis párpados y me impiden ver correctamente el rostro del hombre ante mí.
Me limpio los ojos con las manos, tratando de que no haya temblor en ellas. Mis ojos se posan en la mano que me sujeta, pálida y llena de anillos de plata. Navego por sus antebrazos, sus anchos hombros y su cuello adornado con una fina cadena hasta encontrarme con su mirada.
Ojos tan negros como la noche se encuentran con los míos, me consumen. Él se inclina en mi dirección, con los labios presionados. Su facciones no delatan ninguna intención cuando muevo la cabeza y mi cabello le roza la barbilla.
Inesperadamente, este hombre me acuna entre sus brazos, su cadena me roza los labios y sus dedos se entrelazan en mi espalda. Al principio, su agarre es tenso, como si hacer esto fuese algo nuevo. Cuando se relaja y termina aún más de cuclillas frente a mí, una suave risa sale del fondo de su pecho.
Me quedo mirando la lluvia, confusa. Me hundo en la calidez de este desconocido, consciente de que estoy de nuevo en una visión. No sé quién es él y quizás jamás lo sepa. Descanso mi frente en su hombro, angustiada al saber que ni siquiera estoy muerta.
La lluvia sigue corriendo cuando pierdo la consciencia una vez más.
†††
Cabeceo con la mente dispersa. Mi respiración sale en pequeñas bocanadas que no hacen más que volverme consciente de mi deplorable estado. Antes de abrir los ojos, hago un pequeño movimiento de muñeca. No estoy atada.
El suspiro de alivio es tan profundo que si alguien me acompaña en este lugar probablemente lo escuchó alto y claro. La última vez que fuí atada mi espíritu se perdió, no quedó nada de mí más que un vacío irreparable. Años después, no puedo pensar en esos días sin sentirme impotente.
Decido abrir los ojos. La luz aquí es tenue pero no inexistente, algo por lo que estoy agradecida aún cuando estoy acostumbrada a recobrar la mente en un lugar sin luz o comodidad. Mi cuerpo duele lo suficiente como para saber que no tengo la opción de moverme sola ahora.
Miro el fino techo de madera antes de girar el cuello y ver las paredes del mismo material. Cuando intento en mi lado izquierdo esta vez, me encuentro con una enorme ventana cerrada. A través de ella consigo la vista de enormes árboles de hojas azules, pequeñas florecitas de colores se ubican en sus raíces, como si no les importara quedar en la sombra.
De alguna manera alguien me ha encontrado y me ha trasladado a otro lugar. Es imposible que esté de vuelta pues el techo de mi habitación es de hormigón y el suelo de una fría cerámica. El aire aquí es cálido y por la luz suave que entra por la ventana calculo que atardecera pronto.
Vuelvo a mirar el techo mientras me mojo los labios con la lengua, exhausta. En ese instante, una cadena familiar se encuentra con mi mirada, cerca de mi nariz. Está es fina y delicada, con un dije de cuervo. Sigo la delgada cadena con grabados de plumas hasta el rostro de mi visión.
El hombre ante mi tiene los labios presionados en una mueca de disgusto y los ojos entornados. El cabello le cae desordenadamente y le roza las cejas, es tan oscuro como sus ojos. Su tez pálida hace un contraste con la mía cuando me toma la mano y la alza como si estuviera examinando un espécimen raro.
Su mano envuelve la mía, sus dedos mucho más grandes y cubiertos de anillos. Mi piel cálida se eriza con el frío de la plata y el hombre alza la mirada ante la reacción.
—Dime tú nombre —ordena.
Su voz es profunda y su tono es bajo. Me mira a los ojos, su expresión en blanco. Sé que está de pie a un lado de la cama, inclinado para quedar a mi altura. Aún así, es como si todo su cuerpo estuviera sobre mí, siento su presencia en cada centímetro de mi piel.
—¿Quién eres? —le pregunto en cambio, sin querer revelar mi identidad por si estoy lo suficientemente cerca de casa como para que me reconozca.
—Tú nombre —ordena de nuevo, sin soltarme la mano.
Presiono los labios juntos, girando la cabeza. Mi pecho sube y baja, mi respiración se acelera poco a poco. Mi mente se debate entre el miedo y la confusión. Este hombre me ha traído a su hogar y me ha vendado las heridas. Sin embargo, no conozco sus intenciones ni el alcance de su conocimiento. Mi nombre es lo único que me pertenece en este momento y dárselo podría acabar con la pequeña esperanza que aún albergo.
—Olvidaba lo tercos que pueden ser los vivos. —Murmura antes de tomarme la barbilla entre los dedos de su mano libre —. Mírame.
No tengo más opción que inclinar la barbilla como él quiere cuando con un movimiento de muñeca más delicado de lo que pensaba me guía de nuevo a sus ojos. La expresión en blanco se ha ido para ser sustituida con genuina curiosidad.
—Dime tú nombre.
—No.
Entrecierra los ojos y la comisura de sus labios se inclina con molestia. Aún así, es hermoso. No había visto a un hombre tan perfecto desde que tomé el diario de mi abuela y vi su retrato del Dios Astor. El Dios de la abundancia, sin embargo, posee rasgos distintos a los del hombre frente a mí. Sus ojos son rasgados, su piel de porcelana y su cabello como la caoba; según lo escrito. El hombre frente a mí podría representar al vacío y la oscuridad.
—Eres una pequeña humana desagradecida, ¿No consideras que quién te salvó debería saber tú nombre? —me dice mientras se aparta un poco.
Quisiera decir que soy igual de intimidante que él cuando alzo la barbilla, pero sé que es imposible.
—¿Quién eres?
Por primera vez, el hombre ante mi sonríe. No es una sonrisa sincera, está llena de sarcasmo y superioridad. Me encojo un poco por dentro, acostumbrada a ver una sonrisa igual en las personas más horribles.
—Soy Cassio, Dios de las almas.
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El alma de un Dios
FantasiLa muerte no es el final; él lo es. Entonces, cuando lo encuentro, sé que todo acabó. Portada por: @OmiBilre (siguela en Wattpad y en Instagram para ver más de sus obras y arte)