Capítulo seis

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Atenas


Cuando sus dedos se arrastran por mi rostro me aseguro de que mi mente y cuerpo estén tranquilos. Mi respiración es nivelada, mi expresión ausente sin importar su presencia sobre mí o mis rodillas en el suelo en una pose de obediencia.

Mi devoción no es pura y mi servidumbre es todo menos leal. No hallo satisfacción en esta pose y no hay un solo gramo de mi alma que no ruegue por la oportunidad de asesinarlo con la daga atada a mi muslo.

En este ambiente lleno del aroma de las rosas y vestiduras de plata, no encuentro más que hipócritas vestidos para engañar. Sus sonrisas sutiles, sus amenazas veladas y su amabilidad con segundas intenciones. Arrastran mucho más que sus ropajes de bendición.

Lo sé y ellos saben que puedo verlos mucho más allá de sus palabras. Siempre ha sido así por lo que ya no se molestan en ocultar lo que realmente quieren decir. Vienen aquí en busca de una forma de redimirse y se van con un destino peor. En el aspecto más retorcido, tenemos una relación de años donde hemos aprendido a jugar este largo juego.

Yo ya no tengo quince años y ellos han aprendido que subestimar es un error que lleva a la muerte. Durante los últimos diez años he dado la bienvenida a cada uno de sus planes para hacerme ceder. Es una lástima que mi convicción sea mucho más fuerte.

—Siempre es un placer verte —me susurra.

—Siempre es un placer para ustedes.

Sonríe, sus dedos se clavan en un lado de mi mandíbula con agresividad, su pulgar se hunde en la piel de mi mejilla. Una sonrisa satisfecha se eleva en sus labios cuando inhalo brusco. Cabeceó suavemente, sin intentar recordar su nombre o cargo aquí. No es importante, todos vienen por lo mismo.

—Dime qué ves. —Ordena.

Apoyo mis manos enguantadas en el suelo mientras lo miro a los ojos. Sus ojeras son profundas y no distingo sus iris en el mar de sangre en su mirada. Traga saliva cuando mis ojos recorren las venas prominentes de su cuello y quizás sea mi turno de sonreír. No lo hago, sin embargo.

—No tengo que tocarte para saber la verdad —inquiero con la voz baja.

Sus labios se aprietan, no hay satisfacción alguna en su cuerpo ahora. Sabe que las visiones son espontáneas y que solo mi toque hacia alguien más suelen desencadenarlas. Son caóticas y ninguna otra antes de mi las había experimentado por lo que no suceden por acciones específicas, aunque evito tener contacto piel con piel pues las que se desarrollan por mi tacto son las peores.

—Si me ocultas algo, recibirás mi ira.

—¿Cuándo no es así con todos ustedes?

—No me provoques —amenaza antes de apretar tanto mi piel que las marcas durarán horas.

Cuando se da la vuelta, me atrevo a ver sus alas extenderse para partir.

†††

Despierto para encontrarme cara a cara con un mar de sombras que bañan cada superficie. Se derraman en la cama y me rodean los dedos. Cuando paso mi mano sobre ellas, me rodean la muñeca con suavidad, como si me estuvieran sujetando.

Alzo la mirada hacia la puerta cerrada. No hay cerrojos que impidan que salga y la ventana está abierta, dejando entrar la luz de la luna y el aire fresco. Siempre pensé que la tierra de las almas sería diferente, algo totalmente distinto al mundo humano. Aquí está la luna, aunque sin estrellas, árboles que abrazan un extenso bosque y hierba que crece a lo que alcanza mi vista. Los colores cobran vida en la noche y el mundo es silencioso y sencillo.

El alma de un Dios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora