Capítulo tres

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Cassio

Las almas son peculiares. He visto millones de ellas a lo largo de mi existencia; almas vacías, enfurecidas, melancólicas. Los humanos y sus almas son tan diversos como las flores de la tierra.

Por primera vez, no veo absolutamente nada. Ni dolor, ni melancolía ni alegría. Todo lo que veo es un rostro delicado con confusos ojos ámbar. Aún cuando mi nariz roza la suya, no capto más que el leve olor de la sangre y el tenue rastro de mi propia magia.

Está humana ha logrado pasar los límites del plano de las almas. Es pequeña, extraña y peligrosa. Su largo cabello púrpura se extiende por un lado de su cuello hasta su cintura, su nariz es pequeña, su cuerpo delgado y su piel de un hermoso tono oscuro.

La sentí en el momento que se deslizó en mi territorio, con el cuerpo magullado y los latidos casi inexistentes. Su vestido estaba deshecho y dejaba al descubierto heridas viejas y nuevas. Encontré cicatrices en sus muslos cuando le cambié la ropa, cortes recientes en su brazo. Tiene el hombro dislocado, una cortada inmensa y el tobillo torcido. Ella ni siquiera debería estar viva.

Ella no debería estar aquí.

La observo con atención, olvidaba lo obstinados que pueden ser los de su clase. Alza la barbilla para intentar enfrentarme, pero sus labios tiemblan y sus ojos se mueven frenéticamente por todo mi rostro en busca de una señal. Ahora sabe quién soy, pero a parte de una inhalación prolongada, no demuestra tener más respeto o disposición de cuando se despertó.

—Tú nombre, humana. —repito.

Ella niega, sus dedos se aferran a la delicada sábana bajo su cuerpo y mira a un punto detrás de mí. Me incorporo, forzando la energía nerviosa de mi cuerpo a mantenerse a raya. Por alguna razón mis sombras han decidido que ella es una extensión de mí y quieren protegerlas.

Es un eufemismo, mis sombras quieren poseerla y guardarle lejos de cualquiera. Por lo tanto, como mis sombras son parte de mí, yo quiero protegerla. Al mismo tiempo, representa un peligro para las almas que habitan aquí. Dos partes de mí están luchando ferozmente; el deber con mis almas y la magia que se arrastra por mi cuerpo impulsando un instinto que no sabía que tenía.

Ella sigue sin mirarme, sumergida en sus pensamientos. Si pudiera ver su alma sabría exactamente sus intenciones pero me disgusta no saber qué esperar por una vez en milenios. Lo único que siempre he visto son las almas. Hoy, soy capaz de ver el físico de esta mujer y nada más que eso.

Necesito saber quién es ella y cómo logró entrar. Por qué mi magia está tan decidida en que debo protegerla. Lo último es una prioridad ya que es lo que más me perturba.

Me inclino nuevamente. En el fondo de mi mente suena una melodía inconfundible, no la había escuchado desde que fuí creado. Mi hermana Galilea, la Diosa de la justicia, solía tararear mientras realizaba cualquiera de sus tareas. Es una melodía dulce y sin letra, un poco adictiva. No había pensado en ella hasta ahora, mucho menos escucharla como si la estuvieran cantando en mi oído.

Desconcertado, dejo caer mi mano otra vez en la barbilla de la humana y la hago mirarme en un nuevo intento por encontrar su alma. Por supuesto, no encuentro nada en absoluto. Sin embargo, cuando su mirada se conecta con la mía pasa lo que he estado temiendo.

La melodía se amplifica, como cada vez que nos miramos. Sus ojos ámbar parecen fundirse como el oro y mi cuerpo tiene la peor reacción de todas; me estremezco de pies a cabeza. Es sutil y no creo que ella lo note, pero resulta un terremoto en mi sistema. Es como si cada parte de mi ser se tambaleara.

Me ha encontrado.

—Maldita sea —mascullo, aún sin poder alejar la mirada.

He encontrado a mi alma.

El alma de un Dios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora