Capítulo once

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Cassio

Su respiración se acelera cuando la empujo en mi pecho, apartando su vista desenfocada de la escena frente a ambos. Los veo inclinar a una versión de sí misma con fuerza en la fuente. Uno de los bastardos, un alto pelinegro de ojos perturbados, le pellizca el muslo con tanta fuerza que abre la boca bajo el agua y se ahoga.

Memorizo cada uno de sus rostros, cada inclinación de la magia que ata sus almas a mí y prometo destrozarlos personalmente en el círculo de los castigos, no daré descanso a ninguna de sus podridas almas hasta que se desvanezcan en el olvido.

Las sombras se arremolinan con mi furia, protegen a Atenas, sin dejarla ver más allá de mi. Frunzo el ceño, dividido entre la indignación por mi alma y el desdén por lo que me ha hecho en tan poco tiempo. La sostengo en mis brazos, acunando su pequeño cuerpo.

Los escucho reír y reír hasta ahogarse. Aprieto los dientes, dejando a mi pequeña humana en el suelo envuelta en mis sombras. Tomo su barbilla entre mis dedos, alzando su rostro para encontrar sus peculiares ojos ámbar.

Un jadeo suave sale de sus labios, sus ojos confusos. La magia debe ser dura de asimilar en cantidades tan grandes, sobre todo cuando mi furia tensa el aire. Nos miramos a los ojos, los suyos suaves en comparación con la lucha que he visto antes en ellos y los míos negros por la potencia de mi esencia.

—Los destrozaré —susurro.

—Es una visión, pasará —murmura con la voz quebrada.

Pasará, pero ambos escuchamos las maldiciones a nuestras espaldas y el chapoteo de un cuerpo siendo sacado del agua. Espero que mi mirada le comunique que sé quién es y que no tengo idea de por qué me está llevando a su pasado aún cuándo es tan malditamente horrendo.

Me pregunto si quiere mostrarme todo esto para que detenga mi juicio. La encuentro culpable de conspirar contra mi, de sumergirme en visiones que me desestabilizan a través de nuestro vínculo.

—¿Desde hace cuánto sabías que íbamos a atarnos y cómo lograste entrar en mi mente sin tocarme?

Atenas cabecea desconcertada y el movimiento es tan genuino en su mirada que me pregunto si ella sabía esto. La frustración bulle en cada respiración. Quisiera, por una vez, ir un paso adelante.

—No sabía que iba a ser tú alma.

No aparta la mirada y con cuidado levanta sus palmas. El tiempo retrocede cuando acuna mi barbilla entre sus pequeñas manos, sus pulgares acariciando mis pómulos. Contengo la respiración cuando sus ojos cambian a un tono mucho más oscuro y visualizo por el rabillo del ojo como nuestros hilo y las sombras se entrelazan.

Sé que puede controlar la magia de las visiones una vez dentro de ellas para mostrar lo necesario. Las sacerdotisas son engañosas, bendecidas por el Dios de la magia como un regalo a los Dioses para guiar a sus seguidores. Cada Dios tiene un templo que le sirve y todo templo tiene un sacerdote que guía a los hombres que eligen jurarse a un solo Dios.

No tengo un templo ya que elegí no tomar ningún territorio físico en la tierra. Mi única conexión física está en la frontera con los Campos Sagrados ya que fue el lugar donde aterricé por primera vez y donde se creó mi propio plano espiritual.

Ante mis ojos, Atenas desaparece, dejándome de rodillas en medio de un inmenso jardín. A diferencia de la tierra de las almas, donde la fauna es salvaje y crece como quiere, este lugar está meticulosamente arreglado.

Echo un vistazo a las pequeñas macetas llenas de flores blancas antes de fruncir el ceño ante la imagen que se proyecta frente a mí.

Una versión pulcra y seria de la mujer que se arrastró por mí frontera se desliza con elegancia por el camino de piedra a mi lado. Su cabello está trenzado con pequeñas y lindas flores entretejidas, su vestido fluye en el aire con cada paso medido.

El alma de un Dios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora