Capítulo treinta

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Atenas


Cassio sostiene una de mis manos mientras sus rasgos se vuelven sombríos ante la tierra frente a nosotros. Su mirada antes suave se encuentra con la de Astor sobre su hombro.

Las sombras cubren el suelo pero están desapareciendo, como esperábamos después de formar un nuevo vínculo. Algunas se enredan entre mis dedos y se funden con mi vestido negro.

Cassio sostiene a Enox hecho un cuervo en su muñeca libre. Ambos me miran desde arriba, esperando. Sé que los demás Dioses también aguardan que me mueva y también los miles de hombres comandados por Riku a mis espaldas.

El gran hombre se apoya sobre su espada con la cabeza ladeada, sonriéndome. Puedo sentir la tensión en el aire, la energía que genera una batalla. Los hombres permanecen en silencio, solo el ligero ruido de sus respiraciones y el ocasional choque de sus armaduras de esmeralda.

Mirilia y las mujeres que la acompañan empuñan arcos y flechas, listas para la guerra.

Más allá de las sombras, mis ojos se encuentran con la entrada del templo. Aquella entrada que me parecía inmensa, aquellos muros que siempre sentí que tocaban las nubes. Esa sensación de opresión, de desesperación. Todo eso me asalta y me oprime el pecho.

Veo a la niña de quince años ser arrastrada y a la mujer de veinticinco salir huyendo con las manos llenas de sangre. Respiro con dificultad y retrocedo un paso. Creí que podía irme, que podía correr lo suficientemente lejos de mi destino como para ser feliz por un tiempo corto.

Creí comprarme tiempo pero estoy una vez más aquí. Porque este es mi final, porque así estaba pautado. Desde la primera de nosotras hasta la última. Este ciclo, está tortura, este lugar. Todo esto se termina aquí.

Nuestra ruina siempre fueron los Dioses.

Hasta mi.

Aprieto la mano de Cassio entre las mías y asiento.

Los gritos son ensordecedores cuando el batallón avanza. Los hombres pasan por mi lado con una velocidad alarmante, sus armas desenvainadas. El ejército de Riku es incomparable. El mismo hombre, con una mirada complacida, se endereza para observar con calma como derriban la puerta.

Los hombres dentro del templo levantan armas y me parecen tan pequeños en comparación, tan insignificantes. Me cuesta creer lo mucho que me atemorizaban, lo difícil que era verlos a los ojos. Mientras los observo morir uno a uno, me cuesta ver hacia al pasado y admirar la idea de temerle a seres tan repugnantes.

—Dos minutos para el enfrentamiento —anuncia Riku.

Deslizo mi mirada hacia él y lo veo tomar a Astor del cuello para besarlo. Es íntimo, es familiar. Con la cabeza ladeada, veo su hilo brillar profundamente. Cuando se separan, Riku pasa sus dedos por las profundas ojeras de su pareja.

—Los jodere en tu honor. —promete.

Astor le brinda una sonrisa burlona.

—Espero que después me jodas mejor a mi.

El gran hombre se ríe ruidosamente, alarmando a algunos soldados. Mi propia sonrisa crece, acariciando los nudillos de mi propia pareja. Mi mirada y la de Cassio se encuentran y un entendimiento tácito pasa entre ambos. Le sonrío y él asiente con seriedad.

Me alzo un poco y enredo mi mano en su cabello, que ha crecido bastante desde que nos vimos la última vez. Mantiene su esencia. Hoy más que nunca parece un feroz y oscuro protector. Sé con certeza que este hombre daría el mundo por mi.

No son solo emociones o lazos. Cassio está dispuesto a trabajar en nuestra relación, en ensuciarse las manos con tal de arreglarlo. Este Dios me venera, me comprende y me respalda. Confío en él.

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