Capítulo veintiuno

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Atenas


El templo de los Dioses es el primer lugar dónde aterrizaron en la tierra. El templo es un lugar divino, protegido por humanos que son considerados sagrados y a este lugar son enviadas miles de ofrendas en honor a los Dioses.

Cassio y yo somos arrojados en medio de una gran sala. Las paredes de piedra están desnudas a excepción de pequeños soportes para las antorchas. Supongo que las estatuas son suficiente decoración.

La sala está rodeada por copias en piedra de los Dioses. Mi mirada se dirige al primero, dónde la Diosa destino sostiene una fecha entre sus dedos con una expresión neutral. La más pequeña de los Dioses aplasta un cráneo con el tacón de su bota.

A su lado está la Diosa Galilea, sosteniendo una balanza y de sus ojos ruedan lágrimas talladas. Su cabello corto sé derrama sobre su armadura. La mano que no sostiene la balanza intenta alcanzar a la Diosa destino.

Mirilia está a su lado, empuñando una espada con ambas manos. Su expresión es feroz, una serpiente se desliza por uno de sus brazos y muestra los colmillos en el aire, como si estuviera lista para saltar. A sus pies yacen miles de joyas.

Mis ojos se deslizan hacia la estatua de Astor, que parece una versión exacta de él. En sus manos hay un pequeño cofre que simboliza la abundancia. Sus ojos rasgados y sus fuertes facciones no son inusuales en comparación con las del gran hombre que lo envuelve por detrás. Los ojos vacíos de Riku miran más allá, con una mano en la cintura de Astor y la otra sosteniendo una espada.

Sonrío ante la imagen del brutal hombre y el burlón Dios al que está atado. Me pregunto si en otras circunstancias mi estatua estaría allí, junto a la de Cassio. La suya parece un poco más sombría, con las alas desplegadas y una expresión furiosa. En sus manos sostiene… una flor.

—A Vair le pareció apto —dice a mis espaldas —, mi impacto es tan grande como el roce de una flor.

Ladeo la cabeza, entrecerrando los ojos. Mis ojos buscan al Dios de la magia hasta encontrarme con su mirada en la piedra. Parece aún más grande que en mis visiones, con una sonrisa satisfecha en los labios. En sus manos sostiene una pequeña figura de porcelana, lo que parece ser un humano. Parece más una pequeña bailarina que se escapa entre sus dedos.

Ahogo los sentimientos de resentimiento en lo más profundo de mi estómago, entrelazando mis dedos con los de Cassio. En algún lugar de mi mente explota el miedo. El miedo que solo puede traer la muerte, inevitable y feroz.

Miro al Dios a mi lado y asiento. Nuestros pasos resuenan mientras atravesamos la sala hacia la puerta en el fondo. Mi respiración es uniforme, mi expresión tranquila. Mis pasos son deliberados, mis gestos controlados.

Por dentro me estoy desbordando.

Cassio aprieta nuestros dedos juntos, su expresión sin afecto. Su mirada está desprovista de cualquier emoción, pero en contraste siento más sombras aferrarse a mis hombros.

Antes de poder tocar las grandes puertas de piedra estás se abren para darnos paso hacia una enorme habitación que me resulta familiar. Visiones pasan por mis ojos en poco tiempo, abrumado mis sentidos.

Mantengo la expresión controlada aún cuando los mismos Dioses se enfrentan a nosotros, como si nos hubiesen estado esperando. Mis ojos se encuentran con Riku, de pie detrás de la silla donde Astor se sienta. Su mandíbula se aprieta.

En aquella mesa de piedra yace cada Dios de la divinidad. Todos ellos nos observan mientras envuelven sus dedos con disimulo en sus respectivas armas. Me doy cuenta de lo rápido que puede convertirse esto en una guerra.

El alma de un Dios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora