Capítulo veintiocho

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Cassio

Debo haber descendido finalmente a la locura y no encuentro algo más dulce que este delirio.

Atenas yace en el suelo frente a mí, su largo cabello enredado por el viento. Grandes sollozos sacuden su pequeño cuerpo y sus labios tiemblan. Sus ojos son una mezcla extraña entre el ámbar y el púrpura.

Me quedo de pie, observando sus facciones. En todos estos meses, parece no haber cambiado nada. La armadura que ayudé a poner sobre su cuerpo sigue intacta, a pesar de que la capa se ha desprendido en algún punto.

Con lentitud, mis ojos recorren cada rincón de su cuerpo hasta encontrarse con las dos alas púrpuras en su espalda. Mis propias alas se sienten pesadas, mi magia exhausta. Las sombras se precipitan para envolverla y parece no darse cuenta mientras me mira.

Doy un paso, inseguro. Ella no puede ser real. Si es Ilias jugando con mi mente una vez más, voy a destrozarlo a como dé lugar. Ella no está aquí porque ella no existe más. Yo la perdí. No tengo un alma.

Y sin embargo, sigo moviéndome en su dirección. El nudo en mi garganta me impide preguntarle si esto es real, sin importar si solo es por un segundo. No importa si su presencia es limitada, estoy dispuesto a aprovechar cada segundo de su imagen.

—Lo siento, lo siento.

Ella se ahoga, sus palabras entrecortadas. Más lágrimas corren por sus mejillas y no puedo aguantarlo más. Ensoñación o no, jamás soportaría ver a mi alma llorar.

Me deslizo de rodillas en la tierra. Mis brazos la envuelven, su rostro en mi cuello y sus rizos en mi cara. No me importa porque esto es maravilloso. Esto es el paraíso. No la tierra que me rodea, no la victoria. Esto es gloria.

—Ya no importa, amor. —Suspiro, apretándola aún más fuerte —. Ya no importa.

Atenas me abraza más fuerte, sus hombros se sacuden con su llanto. Susurros entrecortados salen de sus labios y aunque no las entiendo, asiento en su cabello. Aspiro su aroma, una mezcla dulce en mis sentidos.

—Dime que no estoy soñando.

Un sollozo fuerte la atraviesa y sus dedos se envuelven en mis hombros. Desearía no tener la armadura para sentir su piel clavándose en la mía. Llevo meses soñando con su tacto, con sus ojos, con la leve caricia de sus dedos entre los míos. Llevo meses en la ruina.

Atenas se aparta, la sensación de su cabello cerca se desvanece. Cierro los ojos, aceptando que se ha acabado. Me trago el nudo en la garganta, sabiendo que olvidarla será aún más difícil ahora.

—Cassio.

Pequeñas manos acunan mi rostro. Mi mirada salvaje se encuentra con la suya y nuestras respiraciones se mezclan. El aire se carga de una magia densa, de una electricidad palpable entre ambos.

—Perdoname. —Sus ojos se entrecierran por las lágrimas —. Por favor, perdóname.

—Te extrañé tanto —confieso — Nunca había extrañado nada y es absurdo extrañarte tanto cuando te tuve tan poco. —Mis dedos se enredan en su cabello — Perdóname tu a mi por no cumplir la promesa de cuidarte.

Atenas sonríe, aún con los ojos llenos de lágrimas.

—Mi destino no tuvo nada que ver contigo. —sus dedos acarician mis mejillas — Me cuidaste, me hiciste tu aliada.

Una de sus manos baja, pasa sobre mi cuello y se abre sobre mi pecho. Veo sus dedos extenderse sobre dónde debería estar mi corazón, si lo tuviera. Ella mira aquel lugar donde me apuñaló como si le doliese físicamente.

—Tenía que hacerlo —dice.

—Lo sé.

—No quería mentirte.

—Lo sé. Ahora lo sé.

Ella parece estarse ahogando en la culpa y tomo aquella mano y la pongo sobre mi mejilla de nuevo.

—Yo también te mentí, hice cosas a tus espaldas para intentar protegerte. Mi mayor error fue hacer cosas por separado. Yo sabía que ocultabas algo y dejé que fuese así porque mis propios secretos no me dejaban empujarte.

—Te apuñalé. —refuta.

—Y me dolió —admito —. Tenía tanta fé puesta en que saliera como yo quería, tenía tanta esperanza de que fuese fácil.

—Rompí nuestro vínculo.

—Era nuestro plan de una forma u otra. Has estado atada a los Dioses por el tiempo suficiente, no quiero que estés aquí por resignación. —mis pulgares acarician sus mejillas —. ¿Estás aquí por deber o porque elegiste volver?

Atenas sonríe.

—Estas sumiendo la tierra en oscuridad.

Me encojo un poco de hombros, sonriendo.

—Es deber lo que te trae a mi una vez más, entonces.

—Pude haber ido a la tierra simplemente, o descubrir cómo atar tu magia desde el plano del equilibrio, o ir primero con Ilias. —su mirada roja por las lágrimas se suaviza aún más — La verdad es que confío en ti.

—Eso es más que suficiente para mí, Atenas.

Intento resistir un poco más, saber un poco más. Sin embargo, he estado privado de su presencia demasiado tiempo. He estado cayendo en la locura lentamente en busca de su presencia. No importa por qué está aquí, o si simplemente no lo está. Mi mano baja hasta su cuello mientras la otra sostiene su mandíbula.

Inclino su cabeza y observo sus labios. Mi mirada va desde su piel canela hasta sus rizos largos. Sus hipnóticos ojos me miran a la expectativa de mi próximo movimiento, esperando.

Con lentitud, me inclino hacia su cuello. Cuando mis labios se encuentran con su piel, Atenas da un respingo. Sonrío en su piel, repartiendo besos hacia su mandíbula. Mi mano acuna su garganta y me cierno sobre ella para besar su boca.

—Dime que eres real.

Sus dedos se enredan en mi cabello, que está mucho más largo que la última vez que nos vimos. Nuestro beso es desesperado, bañado en la magia decadente que me rodea como un manto.

Atenas jadea en mi boca y la magia se vuelve salvaje, es como estar en un sueño febril. Mis sombras la envuelven, mi mano en su mejilla ahora baja hasta su cadera.

—Cassio.

Ocupado en su garganta una vez más, no presto atención a su voz hasta que me toma lo suficientemente fuerte del cabello como para alzar mi cabeza. Nos miramos, ella con las mejillas llenas de un rubor precioso y yo con la magia desbordando.

—La magia —susurra.

Quiero decirle que la siento, que es increíble. Viene de ella, por supuesto. Algo así no podría venir de alguien más. Sin embargo, sus ojos se desvían a nuestro lado.

Es entonces cuando me doy cuenta de mi entorno una vez más. La magia se vuelve visible a mi alrededor, tangible. Hilos púrpuras se abren paso a nuestro alrededor, brillantes.

Con una de sus manos en mi hombro, Atenas observa maravillada los hilos. Sus ojos se vuelven de un púrpura brillante. Aquellas alas que olvidé por un segundo se extienden.

—¿Cómo es que estás aquí, cariño?

Sus ojos encuentran los míos.

—De alguna forma, Saili me ha cedido su puesto en el equilibrio.


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