Capítulo veintinueve

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Atenas


Enox se estira, su extraña piel púrpura brillante bajo la tenue luz de la sala del trono. Da un gran bostezo y se echa sobre la fría piedra. Lo observo, algo tan asombroso como él salió de mi propia magia.

Dedos llenos de anillos se arrastran por mi muslo debajo del largo vestido negro con el que pude cambiarme. Las armaduras son pesadas y aunque magníficas a la vista, me parecen un poco incómodas. Agradezco profundamente este suave vestido con la espalda descubierta.

Las alas han desaparecido y actualmente Cassio arrastra los dedos de su mano libre por mi espalda. Mis piernas se extienden sobre sus muslos y respiro profundamente antes de levantar la mirada.

Riku se apoya en la silla donde Astor está sentado, magia revoloteando entre sus dedos. Mirilia me observa, sus dedos tamborileando sobre la superficie de la mesa. Mi propia magia se extiende por el lugar, los hilos visibles. Algunos de ellos están atados directamente desde los Dioses hasta mí.

—Destino está en la tierra con Tanaias, necesitaban ver a alguien —mumuro —. Ella me ha nombrado.

Cassio se tensa un poco, aunque sus dedos siguen su suave recorrido.

—Creo que a estas alturas todos están al tanto de la existencia de Saili y su esencia compartida con Ilias. Ahora que su puesto en el equilibrio ha sido ocupado por mi, Ilias es libre de manejar su magia al antojo.

—¿Dónde está él? —pregunta Mirilia.

—Probablemente buscando a Vair.

Todos en la habitación guardamos silencio un minuto. Cassio apoya su barbilla en mi hombro y sus dedos siguen movimientos suaves sobre mi piel. Me hundo en su pecho, con el suave tarareo de la magia fundiéndose en el lugar. Casualmente, la presencia y la magia de estos Dioses me tranquiliza.

—Necesito ir a la tierra —susurro en voz baja pero cada uno me escucha.

Abro los ojos y observo a Astor, sus ojeras y su magia forzada. Ha estado velando por la naturaleza y la abundancia para la humanidad. Nuestro asunto más urgente es restaurar la paz en la tierra y no poner en peligro la esencia de Astor.

—¿Por qué la tierra? Los humanos no son nuestra prioridad frente a un Dios que es capaz de romper nuestra esencia y repartirla —espeta Mirilia.

—Los humanos son la ofrenda de paz de Vair, en ellos escondió a Saili y toda la vida después de la muerte de la Diosa de la esperanza está basada en la humanidad. No hay vuelta atrás y no vamos a dejarlos perecer, forman parte del equilibrio.

—Vair es el Dios de la magia y sabe que hemos descubierto su crueldad. Es necesario encontrarlo.

Apoyo los codos en la mesa, inclinándome  sobre el regazo de Cassio. El Dios de las almas gruñe en voz baja, sosteniendo mis caderas e inclinando su cuerpo conmigo para que su barbilla permanezca en mí hombro. Sonrío, observando la magia crepitar en el aire.

—Sé como encontrar a Vair —susurro, echándole un vistazo a Enox.

Todos me observan, pero estoy un poco distraída. Entre los dedos de Cassio recorriendo mi piel sobre la tela y la magia que inunda el aire me siento mareada. Entre ambos corre una electricidad llena de tensión y es mucho peor que el vínculo. Es mucho más difícil de ignorar.

—¿Qué estamos haciendo aquí entonces? —pregunta Riku, alzando una ceja hacia Cassio.

—Necesito ver algo antes de irme.

Mirilia se levanta, sus ojos vagando entre Cassio y yo. Niega con la cabeza un momento, su magia pulsando en el aire. Su presencia es tan fuerte que extiendo los dedos para probar si su poder puede ser tangible. Cuando mis dedos se enredan con los hilos de su magia, me maravillo.

El alma de un Dios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora