Capítulo 115. La cena.

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Laura había reservado una mesa para dos en un restaurante vegetariano. Como no sabía bien qué podía comer Laila y qué no, optó por la opción más fácil para ella, además a la profesora le gustaba todo y no ponía ningún problema cuando la galerista la invitaba a comer o cenar por ahí.

-Laila, hoy he reservado en un vegetariano, espero que te guste. Por cierto, como siempre, estás muy guapa- le dijo la galerista algo cohibida.

-Justo hoy tengo el estómago algo pesado. Me vendrá bien cenar algo ligero. Así que gracias. Y en cuanto a lo otro, no veo el momento de por fin curarme y volver a ser la "Laila" de siempre. He adelgazado mucho y estoy algo débil.

-Lo sé, Laila. Es cuestión de tiempo para que te acabes curando. Y por lo que vemos, no vas a parar de pintar y de vender tus obras. Ésto no ha hecho más que empezar.

-¿Tú crees, Laura? - le preguntó dudosa Laila. A pesar de estar empezando a ser conocida a nivel nacional, no sabía hasta dónde podían llegar sus pinturas y le horrorizaba pensar que sólo estuviera de moda, y luego nadie se acordara de ella. Pero ese tema ya lo había hablado con Laura y ambas habían llegado a la conclusión de que la artista "Laila Román" se iba a abrir un hueco en el mundo del arte, y no de forma intermitente o pasajera.

-Ya lo hemos hablado y sabes lo que pienso al respecto. Tus manos son una maravilla y tienes un don, pintar es lo tuyo.

Laura aparcó el coche muy próximo a la entrada del restaurante. Cuando se bajaron del mismo, ambas mujeres iban muy pegadas una a la otra.

Una vez ya sentadas en la mesa que había reservado Laura, algo apartada de las miradas indiscretas, siguieron hablando del rápido ascenso de Laila como artista, y Laura quiso hacerle ver que dicho ascenso podría traer cambios en su vida personal.

-Por cierto, Laila…Creo que ahora estás comenzando a ver tú misma el tiempo que requiere el pintar a nivel profesional.

-Sí, es un no parar. A mí me viene muy bien para no pensar en ciertas cosas -no quería compartir con la galerista los pensamientos que destinaba a la oncóloga, además de pensar también en la dichosa enfermedad- pero es verdad que últimamente lo único que hago es dar clases por las mañanas en el instituto y por las tardes pintar en casa.

-De eso quería hablarte también, Laila. ¿La directora del centro te permite seguir dando clases?¿No deberías estar de baja? No puedes olvidarte que tienes una enfermedad que quizás te limite a la hora de trabajar. El que comiences a ser reconocida va a hacer que el trabajo crezca, Laila.

-Laura, ella y yo nos llevamos muy bien, y sabe el vínculo que he creado con mis alumnos. Si yo dejo de ir a trabajar, todo el trabajo que he hecho con ellos se va al garete. No puedo abandonarlos ahora. Es verdad que los pedidos crecen y crecen y no doy abasto. Veré cómo me organizo. Pero no puedo dejar ahora tirados a esos chicos. Por lo menos quiero terminar el curso. Y limitarme, hasta cierto punto. Para mí, el dar esas clases es necesario para estar ocupada y no pensar en cosas que no debo.

Laura se olía a qué se refería Laila cuando hablaba de esas cosas de las que no quería ni pensar ni hablar. Y prefirió no preguntarle a la artista. No quería que en esa cena de trabajo saliera el nombre de la maldita oncóloga a relucir. Ojalá fuera ella la que estuviera día y noche en la cabeza de Laila.

En un momento dado, Laura aprovechó que Laila tenía las manos apoyadas sobre la mesa, para posar una de sus manos sobre la mano derecha de la artista. Ésta no retiró su mano. No le molestó en absoluto que Laura la tocara de esa manera, simplemente pensó que lo hizo por ser cariñosa con ella al estar hablando directamente de las consecuencias de su enfermedad. No le dió más vueltas al asunto. Además, tuvo que reconocer que le gustó sentir la calidez de la piel de Laura sobre su propia piel, aunque enseguida pensó que si fuera la mano de Alana la que la estuviera tocando, todo su cuerpo se hubiera estremecido al instante, además de erizar su piel por dicho contacto.

Alguien, de lejos, aprovechó ese mínimo contacto por parte de las dos mujeres para dejar constancia en una simple fotografía. Y no sería el único momento fotografiado de la noche.

-Laila, yo no soy quién para meterme en tu vida. Sólo me preocupo por ti, y no me gustaría que acabaras exhausta porque no paras entre el instituto y el pintar en tu tiempo libre.

-No lo haré. Sé dónde están mis límites, y también sé que primero estoy yo. Si empeoro, tendré que darle una vuelta a todo, porque debo curarme cuanto antes para poder dar lo mejor de mí, tanto como profesora como artista.

-Perdona, Laila. Sé que eres una mujer muy capaz. Yo te apoyo en todo lo que tú decidas y hagas.

-Gracias. Lo sé, y lo valoro mucho, Laura- le dijo Laila con una bonita sonrisa que trastocó más si cabía a la galerista, mientras la camarera se acercaba a la mesa de las dos mujeres para tomar la orden.

Cuando la joven camarera se acercó a la mesa de Laila y Laura, enseguida reconoció a la artista como la mujer de moda del momento, y ni corta ni perezosa, le pidió un autógrafo a la profesora. Ésta se ruborizó, pues no estaba acostumbrada a que le pidieran autógrafos o alguna foto en un restaurante, pero a partir de ese momento, iba a ser el pan de cada día, si su rostro salía en cualquier medio de comunicación.

Laura esperó pacientemente a que Laila atendiera a la camarera, mientras miraba la carta que le había dado previamente la chica. En unos minutos que a la galerista se le hicieron eternos, por fin pidieron lo que querían cenar, y la camarera se marchó de allí con una resplandeciente sonrisa.

-Bueno Laila…Hoy estamos aquí porque voy a darte una noticia que como te dije por teléfono, va a marcar un antes y un después en tu vida profesional…

Laila se removió nerviosa en su asiento. No veía el momento de que Laura soltara lo que quería decirle, y ni por asomo se esperaba escuchar lo que Laura tenía que decirle.

Matices y colores (continuación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora