Cuando la oncóloga finalizó la consulta que estaba atendiendo, miró su teléfono móvil porque había recibido un mensaje de WhatsApp, y cuando lo leyó, no dudó ni un segundo en vivir junto con Laila el feliz momento de tocar la campana, por lo que avisó a la siguiente paciente que debía atender, diciéndole que se retrasaría al haberle surgido una urgencia, y salió corriendo de su consulta hacia la planta de oncología. Sólo esperaba que a Laila no le pareciera mal que quisiera compartir ese gran momento con ella, porque independientemente de lo que pensara la joven, estaba exultante y con unas ganas irrefrenables de ver a Laila de nuevo.Laila, Isabel y doña Pilar, recorrieron un pasillo tras otro, los cuales estaban llenos de pacientes y personal sanitario yendo de un lado para otro. El camino se les hizo eterno a las tres, siendo acompañadas por el doctor Pardos, hasta que llegaron a la planta de oncología.
Enseguida se acercó el personal sanitario que estaba de turno para atender al oncólogo y a Laila. Ésta se sintió feliz y satisfecha de ver a toda esa gente queriendo acompañarla en el último momento de su enfermedad. El camino había sido muy duro, pero por fin había llegado a la meta.
Conforme Laila se fue acercando a la campana, su corazón latía indomable, y no sólo porque iba a tocar dicho objeto, sino porque de lejos vio a la mujer más guapa del mundo corriendo hacia donde estaba ella. La profesora se quedó estática en el sitio. Estaba paralizada, sólo su corazón funcionaba por libre e independiente a su cuerpo.
Los ojos de Laila no podían dejar de mirar a la oncóloga, y doña Pilar e Isabel se dieron rápidamente cuenta del cambio brusco de Laila al ver a Alana correr hacia ella. La mujer, para el gusto de la profesora, lucía espectacular, a pesar de llevar puesto el pijama de trabajo. Cuando por fin la oncóloga llegó a donde se encontraban todos, estaba tan nerviosa que atinó a meter sus manos en los bolsillos de su pijama y saludó con un tímido hola a todos los allí presentes, sin dejar de mirar fijamente a la mujer que se había adueñado de toda ella.
Todos estaban expectantes de que Laila por fin tocara la campana, pero antes tenía que decir algo el doctor Pardos.
-Bueno, por fin hemos llegado a la recta final de tu enfermedad, Laila. Has luchado estoicamente contra ella, y podemos decir que la has vencido. Eres una mujer con una fuerza interior arrolladora, y te mereces haber llegado hasta aquí. Todos los que te hemos acompañado en esta ardua batalla, de una manera u otra, queremos compartir contigo este triunfo. Mi colega, la doctora Del Olmo, y yo, como tus oncólogos que hemos sido, queremos decirte que estamos muy orgullosos de ti. Así que...Ahora sí, siéntete libre de tocar la campana para cerrar con el broche de oro todo este proceso que ha puesto tu vida del revés. Nos has dado una lección de vida con tu actitud y tus ganas de vivir, Laila. Enhorabuena.
Todos los que rodeaban a Laila aplaudieron efusivamente, mientras la joven, algo dubitativa, se acercó a la campana, para de una vez por todas, tocarla. Laila y Alana no podían dejar de mirarse. Cuando la joven tocó primero, despacio la campana, y luego lo hizo con más energía, no aguantó más y se derrumbó. Ese momento no se le olvidaría en la vida, y no sólo porque se había despedido de su enfermedad habiéndola vencido, sino porque además Alana la estaba acompañando. Nunca pensó que podría compartir con ella ese momento tan crucial de su vida. En realidad Laila quería compartir con Alana su vida entera, pero sabía que eso no sería posible, por lo que prefirió no pensar en ello y sí centrarse en lo que estaba pasando en ese momento.
Los allí presentes no se cansaron de aplaudir y vitorear. El ambiente no podía ser más alegre. Luego, uno a uno le dio la enhorabuena a una Laila derrotada. Habían sido muchas emociones vividas y al final le habían pasado factura.
Isabel y doña Pilar abrazaron a la joven con unas ganas desmedidas. Hasta que llegó el momento de que Alana también se acercara de alguna manera a su antigua paciente. Lo hizo con mucho miedo a ser rechazada por la profesora, pero las ganas que tenía de sentir a Laila o de hablar con ella, eran mayores a dicho miedo, por lo que finalmente optó por acercarse a la joven.
-Laila...Enhorabuena, te mereces ésto y mucho más, y concuerdo con todas y cada una de las palabras que te ha dicho mi colega. ¿Puedo abrazarte?- le preguntó tímidamente la oncóloga a la profesora.
A Laila aún le costó reaccionar cuando tuvo a Alana tan cerca de ella. Pensó que debía parecer una imbécil sin poder articular palabra alguna, pero era una reacción completamente normal cuando después de tanto tiempo, la mujer que ella amaba, la iba a abrazar.
Isabel y doña Pilar estaban expectantes de lo que estaba por llegar. No podían estar más contentas por Laila. Sabían lo bien que ese abrazo le iba a hacer a la joven y no querían perdérselo por nada del mundo.
-Claro...Y gracias por venir, doctora...- le contestó, por fin, la profesora.
-Este momento no me lo perdería por nada en el mundo - atinó a decirle a Laila. Lo que no entendía, si Laura era su chica, por qué no estaba con ella compartiendo ese único momento.
Alana pegó, al fin, su cuerpo al de Laila, acomodándose a la perfección uno con el otro. Ambos cuerpos se erizaron por ese deseado y esperado contacto. Las dos mujeres llevaban soñando con un abrazo así durante meses, y al final llegó, en uno de los mejores momentos en la vida de la profesora.
Laila no pudo reprimir el llanto, por lo que a Alana no le quedó más remedio que hacer el abrazo más largo todavía de lo esperado. No la soltaría hasta que la joven dejara de llorar. Ella sentía lo mismo que la profesora, pero debía contener su llanto si no quería llamar la atención de todos los que se encontraban allí. Debía ser profesional y no dejarse llevar por lo que sentía. Mientras Laila lloraba, Alana no desaprovechó la oportunidad de sentir a la joven pegada a ella, de olerla, para darse cuenta que había echado muchísimo de menos esa piel, ese calor y ese olor. Esa increíble mujer era la persona que más quería en su vida, y no tenía claro, en ese instante, que pudiera o quisiera renunciar a ella.