Después de aquella noche, Laila dejó de ser la misma joven de siempre. Dejó de contarle las cosas tanto a Isabel como a doña Pilar, porque no quería cansarlas con todo lo que le estaba pasando, y aunque estaba feliz por haber superado la enfermedad y tener pronto la exposición de su vida, por dentro estaba rota. Esa era la realidad. Además, se volvió desconfiada porque se sintió engañada por Laura, por la ex novia de Alana e incluso por ésta. No se esperó que la oncóloga volviera con María, cuando le había dejado claro que la maltrataba de alguna manera. Siempre había pensado que Alana era una mujer fuerte y con las cosas muy claras. Si ésta le dejó claro que quería ser alguien en el ámbito profesional, no tenía ningún sentido ser una mujer maltratada en el terreno personal. Eso no le pegaba nada a Alana. Por lo tanto, de alguna manera también se había sentido engañada por la oncóloga. Su mundo personal se había desmoronado por completo, por lo que prefirió centrarse en lo único en lo que confiaba, que era el arte.Laila tuvo que pedir una excedencia en el instituto para poder centrarse en cuerpo y alma en las pinturas que iba a exponer en Nueva York. Su reputación como artista estaba en la cúspide de su carrera. Pero ella seguía teniendo el alma rota. No podía ser de otra manera. Además, con Laura hablaba lo justo y necesario para que la exposición saliera a pedir de boca en Nueva York. No confiaba en ella y no quería verla si no era por motivos estrictamente profesionales. De hecho la galerista cada día que pasaba la notaba más distante con ella, y eso, poco a poco, hizo que comenzara a darse cuenta que había jugado con fuego y finalmente había acabado quemándose.
Alana, ajena a todo lo que había descubierto Laila aquella fatídica noche, cada día que pasaba le costaba más encarar un día más. Pensó que estaba rozando la depresión, porque estaba muy decaída, no le apetecía hacer nada y sólo quería estar en la cama durante todo el día. Raquel la animaba cada mañana llamándola bien temprano y recordándole que sus pacientes la estaban esperando en el hospital. Sólo así, Raquel conseguía que la oncóloga saliera de la cama como una autómata. Estaba muy preocupada por su amiga, porque nunca antes la había visto en esas circunstancias.
La oncóloga llevaba tiempo sin saber nada de Laila. La última vez que la vio fue cuando le dio ese esperado y ansiado abrazo. No se le olvidaría nunca lo que sintió cuando la tuvo tanto tiempo entre sus brazos, y cuando la joven se desmoronó. Cada noche que pasaba, soñaba una y otra vez con la joven abrazada a ella. Siempre era lo mismo. Alana junto a Laila, una pegada a la otra, pareciendo incluso una sola persona.
Después del trabajo, cuando llegaba a casa cansada y muy hundida, siempre pensaba en llamar a la profesora por teléfono, porque aún tenía grabados a fuego en su cabeza los nueve dígitos que conformaban el número de teléfono de la joven. Hasta que una tarde no aguantó más y sin pensarlo dos veces, justo cuando atendió a la última paciente de la tarde, la llamó desde su consulta.
Laila estaba completamente concentrada en el cuadro que estaba pintando en ese instante, cuando su teléfono móvil comenzó a vibrar. La joven se sobresaltó cuando vio a Matiz correr hacia el móvil, por lo que a pesar de no haber escuchado la vibración, se fijó que el teléfono estaba alumbrado. No esperaba ninguna llamada, pero igualmente se acercó a ver quién la estaba llamando. Cuando vio un número muy largo proveniente seguramente de una centralita, su cuerpo se tensó irremediablemente. Y aunque llevaba las manos llenas de pintura, no dudó en coger la llamada.
-¿Sí?- preguntó algo nerviosa la artista. No esperaba ni por asomo que fuera la oncóloga la que la estaba llamando, y cuando escuchó de repente su melodiosa voz, estuvo a punto de caerse de la mano el teléfono móvil.
Se hizo un silencio que se hizo eterno para ambas mujeres, hasta que finalmente Alana se decidió a hablar.
-Hola…Laila. ¿Cómo estás?
Laila no se lo podía creer. ¿Era de verdad Alana? Y de ser ella, ¿Por qué la estaba llamando?- esa voz dulce y quizás distante resonó con fuerza en sus oídos.
-¿Alana?- preguntó dudosa la joven. Sin querer, se llevó la palma de la mano llena de pintura a su rostro. Estaba temblando de los nervios que le había producido escuchar la voz de la oncóloga.
-Sí. Soy yo. Me gustaría saber, ¿Cómo te encuentras?- En realidad quería decirle tantas cosas a la mujer que tenía a la otra línea del teléfono, que se encontraba tan bloqueada que le costaba articular palabra.
-Estoy bien, Alana. Estoy muy recuperada de la enfermedad, si es lo que quieres saber.
El silencio volvió a reinar entre las dos mujeres. En realidad a Alana no sólo le importaba que la joven estuviera recuperada de la enfermedad. Pero no sabía bien qué debía preguntarle a Laila sin que pudiera notar que se moría de ganas de, simplemente, escuchar de nuevo su voz.
-Laila, ¿Y cómo vas con las pinturas? ¿Sigues dando clases en el instituto?
-Las pinturas van bien, gracias. Y en cuanto a las clases, las tuve que dejar. Necesito centrarme en mí próxima exposición.
-Sé que vas a exponer en Nueva York. Debes estar como en una nube, ¿Verdad?
Laila estaba perdiendo la paciencia con la oncóloga. En una nube estaría si además de exponer en Nueva York pudiera gritarle a todo el mundo que estaba saliendo con ella. Pero como no era el caso, estaba hundida en sus pinturas porque no era capaz de sonreírle a la vida, porque el amor de su vida había vuelto con su ex novia. Era lo único que le faltaba para ser la mujer más feliz del mundo.
-Alana…Tengo mucho trabajo, lo siento - la profesora no quería seguir con esa llamada porque sabía que acabaría pidiéndole explicaciones de por qué había vuelto con su ex y por qué no se lo había dicho cuando se vieron en el hospital. Hubiera sido lo sensato por parte de Alana.
-Perdona, no quise incomodarte. Lo siento mucho…Espero que te vaya muy bien en Nueva York. Adiós Laila - Alana colgó la llamada con un dolor inusual en el pecho. No se esperó ni por asomo que Laila la tratara como lo había hecho. Así pues, a pesar de haber oído la voz de la joven, se había quedado peor de lo que ya estaba. Estaba claro que debía quitársela de la cabeza cuanto antes. Otra cosa bien diferente sería arrancarla de su corazón. Igualmente no pudo evitar echarse a llorar importándole una mierda si alguien la veía en esas condiciones una vez saliera después de su consulta.