Capítulo 131. Sentimientos a flor de piel.

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Cuando pasados unos largos segundos, Laila pudo controlar el llanto, a pesar de costarle un mundo hacerlo, Alana fue soltándola poco a poco del abrazo que tenía a la joven completamente aturdida, aunque mientras lo hacía, pudo reconocer todo lo que le estaba reconfortando el tener a la mujer que ella amaba entre sus brazos. 

Si fuera por la profesora, los brazos de Alana seguirían envolviéndola en una seguridad infinita, y sus manos se mantendrían acariciando su piel sobre la ropa que llevaba. Sus dedos hacían magia cuando la rozaban, la acariciaban o la tocaban. 

El caro perfume de la oncóloga había conseguido por un instante que Laila se olvidara de por qué estaba en la planta de oncología y rodeada de tanta gente. Hasta que una vez que Alana la soltó, por fin Laila se concentró en lo que estaba ocurriendo a su alrededor. 

La joven seguía algo aturdida cuando Alana se separó de ella, hasta que doña Pilar se acercó a ambas mujeres y le dio un inesperado abrazo a la oncóloga. Quería agradecerle que finalmente se hubiera decidido por acompañar a Laila en ese preciso momento. Además, quería que la mujer siguiera celebrándolo con ellas, por lo que no dudó en dirigirse a Alana para preguntarle algo.

-Alana, por cierto…Ahora nos iremos a tomar algo para celebrar que Laila venció al cáncer ¿Querrías acompañarnos?- En realidad no habían quedado en nada, pero la anciana quería allanarle el terreno a Laila con respecto a Alana, por lo que quiso mediar entre ellas. 

La oncóloga no podía dejar de mirar a Laila, ni quería dejar de hacerlo. Sabía que el trabajo la estaba esperando y que debía irse en breve, por lo que quiso aprovechar cada segundo que estuviera ahí para empaparse con la increíble imagen de la profesora. 

-Lo siento doña Pilar, la verdad es que me encantaría acompañaros pero debo volver al trabajo. Aún tengo unas cuantas consultas por atender. 

Los ánimos de Laila cayeron en picado. Después de haber sentido el cuerpo de la oncóloga pegado al suyo de esa manera, y con ello haber recordado lo que había sido el tener a Alana sólo para ella, que ésta se tuviera que ir a trabajar, la dejó muy desanimada. Ella, al igual que doña Pilar, quería y necesitaba celebrar con Alana que había ganado la batalla contra la enfermedad. 

-Vaya…Pues nada, lo primero es el trabajo, Alana - contestó con cierta tristeza la anciana.

-Bueno, igualmente gracias por la invitación - dijo la oncóloga con el rostro algo desencajado, y de nuevo dirigiéndose a Laila- por cierto, Laila, feliz cumpleaños. Hoy tienes celebración doble.

A Laila le pilló totalmente desprevenida tanto que la oncóloga se acordara de cuándo cumplía años, como el posterior beso que le dio la mujer en su mejilla. El contacto de los labios de Alana con la piel de su rostro la dejó completamente turbada. 

-Gracias, doctora…

-Disfrutad de la celebración - terminó por decir Alana mientras se daba la vuelta, metía sus manos en los bolsillos de su pijama y se marchaba dubitativa y muy afligida.

Isabel y doña Pilar se dieron cuenta al momento del cambio brusco que sufrió el rostro de Laila. Había pasado de mostrarse exultante, por la presencia de Alana, a estar completamente devastado, al haberse ido la oncóloga. Rápidamente fue Isabel la que cogió por la cintura a su amiga y la apretó contra ella. Laila, muy a su pesar, sonrió con cierta amargura.


A Alana le pasó exactamente igual que a Laila. Se quedó muy desanimada por haberse tenido que ir. Cuando doña Pilar se dirigió a ella y le ofreció que se uniera a ellas en la celebración, notó en la anciana cierta alegría. ¿Sería que de verdad le hubiera gustado y deseado que se fuera con ellas a celebrarlo? Y Laila, ¿Hubiera  querido lo mismo que doña Pilar? Pero…Aún no tenía claro qué papel jugaba Laura en la vida de Laila, y si estaban saliendo juntas, seguramente la anciana no se hubiera aventurado a invitarla a ir con ellas. ¿Y si sólo se dieron un beso y todo quedó en eso? La cabeza de Alana no paraba de pensar en la profesora y en la galerista juntas. Pero en realidad no sabía cómo estaban las cosas entre ellas. Lo que sí sabía era que no se encontraba en condiciones de pasar las consultas que le quedaban por atender, después de haber visto a la profesora, de haber compartido con ella el momento de tocar la campana y por último de haberla abrazado mientras la otra mujer se derrumbaba entre sus brazos. Alana creyó que Laila se derrumbó porque afloró en ella todo lo que habían vivido juntas. Porque a la oncóloga le había pasado exactamente lo mismo, sólo que como ella no estaba pasando por el cúmulo de emociones que embargaban a Laila, sí pudo contenerse de alguna manera. Lo que les hubiera faltado a las dos, que ella tampoco se hubiera podido aguantar y se hubiera dejado llevar por todo lo que sentía por la profesora. Si lo que más hubiera deseado era estar sólo con la joven y no dejar de besarla nunca. 

Alana no veía el momento de volver a estar con Laila, a solas, aunque sabía perfectamente que de darse el caso, ella misma se bloquearía con la profesora.

La oncóloga, antes de volver a su consulta, decidió salir a tomar aire a la calle. Necesitaba aclarar sus ideas, y para ello prefirió salir del edificio. Sus pacientes terminarían por recriminarle su tardanza, pero en ese instante era lo que menos le importaba. No podía dejar de pensar en Laila y en el vacío que le había quedado al despedirse de ella como lo había hecho. Había estado a nada de mandar a la mierda el trabajo e irse con la profesora, doña Pilar e Isabel, porque en realidad era lo que ella más deseaba.


Laila, doña Pilar e Isabel, después de despedirse del personal sanitario de oncología y más concretamente del doctor Pardos, se dirigieron al coche de Isabel, para irse a alguna bonita cafetería a celebrar que Laila cumplía años, pero además también debía celebrar que ese mismo día había vuelto a nacer.

Matices y colores (continuación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora