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—¡Bienvenidos a Elora!, Tenemos Mil y un cosas que mostrar, música, ferias, comida, vistas asombrosas y....por favor ignora el cuerpo de aquella esquina.
El cielo de un azul oscuro en esa tarde de septiembre no presagiaba precisamente una cálida bienvenida.
Pero, ¿Qué más podía hacer? Había llegado aquí, con el poco dinero que había ahorrado.
Mientras dibujo figuras en el cristal del auto y veía pasar una a una las casas en el camino, no puedo evitar preguntarme ¿Cuántos años habrían pasado desde que me había marchado de aquí?, mi memoria seguía confusa en cuanto a esa parte de mi vida.
Las notas de Smooth Operator me hacían sentir somnolienta, trate por todos los medios de no quedarme dormida y concentrarme en lo único que me mantenía en pie, había regresado a casa, el rayito de esperanza que esa verdad me provocaba, era suficiente para negarme a caer en las garras del sueño.
Las luces de una patrulla hicieron que me incorporara alarmada, las cintas policiales rodeaban una casa y varias personas uniformadas rodeaban el perímetro.
—Otro ataque— se lamentó el chofer en voz tan baja que casi no pude escucharlo.
—¿Ataque? —pregunte estupefacta sin despegar la vista de la escena que poco a poco comenzaba a alejarse de nosotros.
El hombre dio un respingo en su asiento, sin duda no esperaba que escuchara sus palabras.
—Es temporada de osos señorita—vacilo un poco al hablar — algunos de los más jóvenes suelen bajar al pueblo a causar estragos, pero no es nada de lo que deba preocuparse. — me lanzo una mirada fugaz a través del retrovisor y sonrió — el Sheriff lo tiene controlado.
Suspire resignada, pero en absoluto aliviada, si tuviera que elegir entre tener una conversación con el sheriff y batirme a duelo con cuchillos con un oso hambriento por mucho habría escogido la opción del oso.
Luego de lo que me pareció una eternidad finalmente pude ver el porche de la casa con estilo victoriano de Katherine, mi querida tía, sin dudar apresuré el paso al bajar del auto y me dirigí a la puerta principal.
El corazón quería escapárseme de las costillas, no había estado tan emocionada en mucho tiempo, todo me parece tan antinatural, como un sueño.
Escuché desde mi posición pasos apresurados acercándose nada más tocar la puerta, y esta se abrió de sopetón, ni siquiera tuve tiempo para sorprenderme cuando un par de cálidos brazos me rodearon y apretujaron con fuerza.
Era Katherine, tal como la recordaba, baja estatura, contextura robusta y siempre oliendo a galletas de mantequilla, el olor de mi infancia.