24:: Inestable

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Sentí como si me hubieran apuñalado directamente en el corazón, los ojos se me llenaron de lágrimas al instante. Agradecí que la mano en mi boca silenciara, al menos en cierta medida, el pequeño grito ahogado que había soltado a ver el nombre. Me giré a ver al chico de la cama a mis espaldas, parecía concentrado en la lectura, aunque tenía el ceño fruncido. Sabía que algo iba mal.

¿Cómo le iba a decir que había encontrado la nota de suicidio de Carla?

– ¿Qué pasa? –Levantó la mirada, y al verme, dejó los papeles para venir rápidamente–. ¿Estás bien? ¿Qué has leído?

– ¡No mires! –me levanté, sintiendo como temblaba–. Ven, te lo quiero contar yo.

– Me estás asustando –pareció dudar, pero enlazó sus dos manos con las mías cuando nos sentamos en la cama–. Cuéntame lo que sea.

– Acabo de encontrar unos emails en los que debatían sobre la nota de suicidio de una persona –sentí una lágrima cayendo por mi mejilla, él comenzó a acariciar mis manos con sus pulgares–. Al parecer la carta es de Carla. Lo siento mucho, Alan.

Sentí como sus manos palidecían sobre las mías, dejando de moverse al instante. Parecía haberse quedado congelado en fracciones de segundo.

– N-no puede ser, tienes que haberlo leído mal –carraspeó, antes de levantarse rápidamente para volver a sentarse–. Tráemelos, por favor.

Estaba tan desesperado que no tenía el valor de negarme. Suspiré levantándome a por los documentos, para dejarlos en sus manos. Volví a sentarme a su lado, sin saber si sería mejor guardar las distancias o abrazarle.

– ¿Puedes dejarme solo un momento? –Comenzó a leer lo mismo por tercera vez consecutiva–.

– ¿Estás seguro? Conociéndote, no creo que sea el mejor momento para irme.

– Por favor, aunque sean cinco minutos.

– Cinco minutos –suspiré y dejé un beso en su cabeza antes de salir, cerrando la puerta a mis espaldas–.

Una vez fuera, comencé a llorar en silencio, no podía creerme que hubiese muerto. No la conocía, pero sí conocía a Alan, Dylan y Lucas; y sabía cómo les iba a afectar. Al menos, en cierta medida. Por eso mismo, no me sorprendió escuchar cómo Alan rompía todo a su alcance en nuestra habitación.

No se lo merece, perder definitivamente a otra persona en su vida sin poder despedirse. ¿Debería llamar a Dylan? Ya han pasado juntos por esto antes, a lo mejor le prefiere antes que a mí. ¿Qué le costaba a Carla despedirse de ellos en su momento? Sabe que han estado tanto tiempo buscándola, ¿por qué ignorarlos completamente? No se merecen eso.

Un momento.

¿Y las cosas rompiéndose?

¿Cuánto tiempo lleva la habitación en silencio?

Los cinco minutos no habían pasado, pero no podía importarme menos. Llamé a la puerta antes de entrar, y con la imagen frente a mí, sentí la segunda puñalada de aquel día. Claro que esta dolió aún más.

Alan estaba sentado en el suelo, con las rodillas flexionadas hacia su pecho, y los codos apoyados en estas. En sus manos, una pistola como la que cogí de su sofá, y no muy lejos se encontraba alguna daga con manchas de sangre e incluso algo de verbena. Por no mencionar el armario, escritorio y sillas completamente destrozados.

– Alan –extendí mis manos delante de mí, podía ver cómo temblaban–. Voy a acercarme a tí, ¿vale?

No hubo respuesta. Comencé a andar muy lentamente hacia él, aunque no parecía levantar la vista del suelo. Tampoco era necesario que lo hiciera para saber lo mucho que estaba llorando, o lo agitada que estaba su respiración.

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