Carolina y el cazador de trasgus 3

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CAROLINA Y EL CAZADOR DE TRASGUS III:

EL HOMBRE LOBO

No podía dormir. Aún no había podido digerir la comida del mediodía. Aquella carne tan hecha, le pesaba en el estómago como si fuesen piedras. Tenía la boca y la garganta resecas, con restos de cenizas. La luna llena brillaba.

Llevaba días conteniendo la metamorfosis a base de cremas que cerraban los poros, pero sentía su piel tirante, a punto de estallar " lo que no crece por fuera, lo hace por dentro" le había dicho su madre y el sentía debajo de la piel, una capa de pelo cada vez más espesa.

Se miró al espejo, estaba muy hinchado, apenas se le veían los ojos. Se miró las manos. Los dedos como morcillas. Había duplicado su volumen y el cuerpo le pesaba. El pelo se le desbordaba del interior de los oídos. Se imaginaba un tupido canal auditivo que llegaba hasta el tímpano. De la nariz también le salían unos toscos pelos marrones, que se extendían hacia el interior y dificultaban la respiración. Se tocaba la frente y la notaba mullida. Se figuraba ocupada también la cuenca de los ojos que empezaban a dolerle. Tenía que tomar medidas pronto o terminaría por estallar. No echaría más pomadas, era hora de dejar actuar a la naturaleza.

Como se movía con dificultad y tenía poco tiempo, descartó caminar hacia ningún bosque. Bajó al portal y solo tuvo que cruzar la carretera y esconderse en el parque. Estaba tan mal iluminado y era tan grande, que nadie le vería ¿quien se pasearía por ahí de noche? Se internó hasta llegar a una zona lejos de cualquier camino, donde la hierba era alta, se desnudó y se tumbó a la luz de la luna.

Perdió el conocimiento y despertó ya transformado. Escondió la ropa y comenzó a correr a cuatro patas. No podía parar. Comenzó a perseguir cualquier animal que encontraba en su camino. Buscaba piezas de caza, aunque aún tenía el estómago pesado y no pensaba en comer, su instinto le pedía perseguir y matar.

Solo encontró pájaros, ratones y gatos. No era lo que hubiese preferido, pero se conformó. Más tarde vio en una finca cercana, caballos y perros. Pero su mente humana, sabía que matar esas piezas llamaría demasiado la atención y doblegó su instinto animal.

Continuó corriendo. Dio tres vueltas al parque y no pudo resistirse a cruzar la autopista.
Tras atravesar a escondidas algunas calles, terminó en el parque fluvial, cazó un par de patos y se bañó en el río. Luego se dirigió al camino de La Camocha y correteó por la senda vacía varios kilómetros, hasta que se hizo tarde y pensó en volver.

Eran las seis de la mañana y aunque aún faltaban horas para el amanecer, no podía arriesgarse a que algún ciclista o corredor madrugador pudiera verle.

Volvió al Parque de Los Pericones, recogió su ropa y esperó agazapado entre unos árboles a que saliera el sol y le hiciera de nuevo humano.

Estaba escondido cuando las oyó llegar ¡No podía creer que tuviese tanta suerte! Con su extraordinario oído pudo escuchar toda la conversación. Luego se fueron. Estuvo tentado a lanzarse contra ellas y devorarlas, pero fue capaz de doblegar su instinto.

Llegó el sol y se transformó, se vistió y mientras lo hacía observó su piel mudada que ahora parecía suave y fina y vio el rastro de pelo que dejaba en el suelo.

Un señor mayor, apareció por el camino y se colocó junto a Lorenzo.

―¡Hay que ver!― dijo el hombre enfadado―. Vienen aquí a pelar los perros y lo dejan todo sucio.

―Pues sí, eso debió de ser ― contestó el sonriendo.

Abandonó el parque. Se sentía feliz y tan humano que volvió a tener hambre, y para desayunar escogió un bar cercano que prepara unos churros exquisitos.

Una historia muy vulgar y otras que no lo son tantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora