Capítulo II: Sílex

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Félix parece un poco decepcionado por mi partida y vuelve a mirar sus monedas.

Me tomo un momento para salir de la taberna, observando el ajetreo de la ciudad a mi alrededor. Ya no es seguro que me quede aquí, tengo que alejarme de este sitio lo antes posible. 
De repente, escucho a algunas personas en la multitud hacer bullicio. Varias de ellas corren a mi lado murmurando sobre un robo. Decido mezclarme entre ellos con mi capucha puesta para escuchar un poco más sobre el asunto. El gentío es denso y siento la tensión en el aire. Algunos de los habitantes conversan con los ojos en mi dirección. Los guardias se mueven entre la multitud, buscando posibles sospechosos. Siento el calor de la mirada de alguien en mi espalda y me pregunto si me han descubierto colándome en la tienda. Decido salir de la masa de gente para buscar un lugar alejado donde pasar desapercibida. Camino con la cabeza baja hasta una tienda y me recargo en una pared lateral. Me tomo un momento para recuperar el aliento y mirar a mi alrededor. Puedo ver unos guardias cerca, hablando con los habitantes y más allá, un pequeño grupo de rebeldes, siendo conducido con grilletes hacia un edificio grande de piedra blanca en el medio de la calle. 
Si tuviera que nombrar mi mayor defecto, definitivamente sería mi curiosidad. O mi impulsividad. Quizás la mezcla de ambas. Me digo a mi misma que no vale la pena el riesgo, que tengo cosas más importantes que hacer, pero es difícil ignorar la oportunidad potencial de joder a la ley. Observo al grupo de esposados ser llevados por una calle lateral y luego de un momento, comienzo a seguirlos desde una distancia segura. Los integrantes miran nerviosamente a su alrededor. Puedo ver sus armas, pero están maniatados detrás de sus espaldas y parecen incapaces de luchar. Susurran entre ellos, preocupados por su destino. Camino unos metros detrás mientras me aseguro que nadie esté a mis espaldas. El grupo de oficiales se detiene frente al edificio, y uno de ellos se acerca y abre la puerta. Los rebeldes son conducidos al interior, y el último guardia cierra la puerta tras ellos. Me quedo afuera en la parte trasera atenta a la situación. Los escucho hablar dentro, pero es difícil entender algunas de sus palabras. Sin embargo, alcanzo a distinguir a alguien desde dentro gritar:

—¡No puedes hacer esto!

Mi corazón da un vuelco y siento todos mis sentidos agudizarse, preparándome para pelear o correr. El sonido de varios oficiales riendo revuelve mi estómago. Si fuese un asunto oficial, estarían muy serios. Estoy segura que es otro caso de guardias sádicos que pasan su tiempo libre oprimiendo minorías para sentirse superiores. Me dan asco. Intento alcanzar la ventana para echar un vistazo dentro. Con cuidado me acerco y uso la pared para apoyarme mientras trepo. Una vez allí, miro cautelosamente hacia el interior para ver qué está pasando. Los rebeldes, todavía con grilletes, se encuentran sentados en el suelo de la habitación vacía. Un grupo de guardias está de pie en el extremo lejano del espacio observándolos y uno de los rebeldes pide por su libertad. Uno de los oficiales suelta una carcajada, mientras los prisioneros les lanzan miradas desafiantes. Parece que las cosas están actualmente en un punto muerto, y me pregunto qué sucederá a continuación. No parece un buen prospecto para los rebeldes. Mi corazón late con fuerza en mi pecho y me aferro al borde de la ventana, haciendo que mis manos tiemblen por la tensión. Esto no puede terminar bien. Después de unos minutos de negociación, uno de los guardias se acerca a él y lo golpea en la cara para luego volver a su lugar. El prisionero se queja y su cuerpo se ladea al tratar de no perder el equilibrio. La escena hace que me sobresalte por una fracción de segundo y ahora siento el corazón en la garganta. Una vez estabilizado nuevamente, el rebelde se queda callado mirando al guardia con miedo y enojo. Puedo ver como su pecho sube y baja con cada respiración agitada y la mía se sincroniza. Pasa un momento que parece una eternidad, y el hombre escupe al piso en dirección al oficial. Cierro los ojos y suspiro sabiendo que fue una pésima idea y, aunque en su lugar de seguro yo habría hecho lo mismo, no deja de ser una pobre decisión. La expresión del guardia se transforma en un instante, pasando de la suficiencia a la ira. 

Trazando sigilosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora