Capítulo LVIII: Lazos

42 10 9
                                    

Me despierto en la mitad de la noche, sobresaltado, cuando siento la ausencia de Denna a mi lado. Me incorporo muy despacio entre las mantas, cuidando de no hacer ruido y la busco con la mirada entre la penumbra de la sala de estar. Al igual que cada noche de los últimos dos ciclos, se encuentra sentada sobre la mesa de la cocina, abrazándose las rodillas y mirando por la ventana, hacia el manzano y el cielo estrellado. Ya no duerme, no realmente. Tampoco yo. Las ojeras se han vuelto más oscuras y profundas en su rostro, enmarcando su mirada exhausta. Hemos intentado tener la charla acerca del Visitante del Velo, pero sólo conseguí respuestas evasivas y ponerla ansiosa, más de lo usual, aunque eso antes me parecía improbable. Me quedo sentado en mi sitio, inmóvil, observándola en silencio. Creo que es la única forma en la que puedo protegerla de aquello que no me cuenta. O al menos me gusta pensar eso para sentirme mejor conmigo mismo, para sentir que hago algo para alivianar su pesada carga. Suspira con pesadez y me encuentro imitándola. Me pregunto cómo su cuerpo humano puede funcionar con tan pocas horas de sueño y en mi pecho surge una chispa de admiración que se mezcla como una enredadera con otra de preocupación.

Cuando los primeros rayos de Sol comienzan a teñir el horizonte de púrpura y anaranjado, Denna se suelta las piernas y flexiona el cuello hacia los lados un par de veces. Luego, se desliza sobre la mesa en un silencio propio de los gatos y los secretos. Me recuesto y cierro los ojos, fingiendo estar dormido, en lo que ella vuelve a acostarse a mi lado. Puedo sentir sus ojos en mí por un rato largo hasta que su respiración se vuelve lenta y acompasada. Se ha vuelto a dormir. Abro los ojos para estudiar la efímera paz que lleva su rostro en estos instantes, la absorbo como si fuera una planta sedienta de la luz del sol, desesperada por su único sustento, su origen y propósito de vida. Cierro mis párpados pesados pensando en sus lunares y el color de los arces de la entrada a mi castillo.

Es agradable encontrarme adaptado a la rutina del pueblo nuevamente. Cargar el agua para el desayuno, cosechar las verduras de la huerta, llevar sacos de harina de aquí a allá, vivir simplemente al ritmo de cada día. Denna también parece haber vuelto a acostumbrarse, aunque hay un fantasma en su semblante que se ha adherido a ella y aunque nadie lo ve realmente, su presencia se manifiesta constantemente con miradas perdidas, insomnio y sobresaltos en la mitad de la noche. Especialmente a esa hora, cuando todo parece estar más oscuro, cuando parece que no hay fuerza ni magia que pudiera combatir lo que habita en la penumbra, cuando los pensamientos más lúgubres amenazan con materializarse.

Entro a la casa encorvándome, cargando el cubo lleno de agua fresca y un puñado de flores silvestres. Los músculos de mi espalda comienzan a quejarse de andar doblado por la mitad cuando estoy bajo techo, por eso últimamente paso más tiempo fuera, donde puedo estirarme a mis anchas. Al levantar la mirada, alcanzo a ver la gran cicatriz en el costado de Denna mientras se cambia la blusa que utiliza para dormir y se pone una diferente. Un palmo de piel más clara, con forma de punta de flecha y textura rugosa, se ha instalado debajo de sus costillas, rodeando su cintura. Recuerdo que ambos pasamos días confundidos acerca de como sus sigilos se mantuvieron intactos a pesar del corte. Al cabo de unos días más, yo mismo llegué a una conclusión que no me atreví a compartir con ella: no están ligados a su cuerpo, sino a su alma, a su Esencia. Por eso mismo, jamás ha sido capaz de quitárselos tampoco. Una vez me contó que, de niña, presa de la rabia y la desesperación, intentó borrarse algunos con una piedra de esmeril que robó del herrero del pueblo. Talló su brazo con la determinación que la caracteriza, pero lo único que pudo quitarse fueron varias capas de piel, los tatuajes siguieron intactos. De sólo imaginar el estado emocional en el cuál estaba para recurrir a algo tan extremo, y aún más, haberlo intentado nuevamente unos años después, me da escalofríos. También me recuerda que una parte de mí, le teme un poco a esa parte de ella.

Luego se acomoda la enorme blusa color hueso que Kelda le ha regalado, estira las mangas, alisa la tela; siempre pendiente de ocultar la tinta, las heridas, los secretos. Cuando se vuelve hacia mí, me dedica una sonrisa que devuelvo al instante. O quizás ella me está imitando a mí.

Trazando sigilos | #CopaFenix2025Donde viven las historias. Descúbrelo ahora