Capítulo XVIII: El Robledal Esmeralda

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Los primeros rayos de sol se filtran a través de las cortinas de las ventanas de la cocina de Kelda, y me despierto lentamente mientras acarician mi rostro. Me doy la vuelta y veo a Aiden aún dormido. Decido dejarlo descansar un poco mientras reúno nuestras cosas para irnos. Después de haber recogido todo, me agacho junto a él y de repente no sé cómo despertarlo. ¿Debería susurrar? ¿Debería sacudirlo suavemente? Mi corazón comienza a latir rápido y me molesta ese hecho. Trago saliva mientras lo veo dormir plácidamente y finalmente, pongo una mano cuidadosamente en su brazo para despertarlo.

—Aiden —mi voz es suave y se siente incómoda. No estoy acostumbrada a hablar de esta manera.

Se despierta con una respiración profunda y abre los ojos lentamente. Se sonríe cuando me ve.

—Denna... Hey... Buenos días...  —su voz suena rasposa y arrastra las palabras. Me percato que aún tengo mi mano en su brazo y la aparto con rapidez. Se frota los ojos intentando espabilarse.—¿Quieres ir a despertar a Kelda?

—No, es demasiado temprano y no quiero molestarla después de todo lo que ha hecho por nosotros. Solo le dejaré una nota y algunas gemas —digo mientras me levanto y busco un trozo de papel y una pluma entre las estanterías. Es una verdad a medias. O quizás a tercios.

'Kelda, gracias por ser tan amable con nosotros. Tu comida es increíble. Espero que nuestros caminos se crucen de nuevo algún día. Cuídate. Denna y Aiden'

Levanto la mirada hacia Aiden, que ya está de pie y mirando por encima de mi hombro.

—¿Está bien así? ¿Quieres escribir algo más tú mismo?

—Esa es una nota perfecta. Creo que dice todo lo que necesitamos decir, y estoy seguro de que Kelda apreciará las gemas, por supuesto.

Dejo la nota sobre la mesa junto con un par de gemas y algunas monedas de cobre, y me dirijo a la puerta cuidando de no hacer ruidos.

—Pensándolo bien, tal vez podría añadir... Tu suelo fue el más cómodo en el que he dormido. —Oigo que Aiden dice a mis espaldas soltando una risita luego.

Yo también me rio y le doy un codazo suavemente. Al pisar el exterior, el aire frío de la mañana llena mis pulmones y lo respiro mientras observo el cielo azul pálido. A lo lejos en lo que parece ser el edificio donde hornean los productos, se distingue humo saliendo de la chimenea y aroma a pan recién hecho. Siento un nudo en el estómago. Me digo a mi misma que quizás tenga hambre, pero en realidad una parte de mí lamenta que nos estamos yendo de aquí. Comenzamos a caminar hacia el bosque en silencio. No quiero admitir que la razón por la que no quería despertar a Kelda era porque temía que me abrazara al despedirnos. Y si lo hubiera hecho, me habría desmoronado en sus brazos. Es mejor de esta manera. Es una de mis más grandes habilidades: huir. Escapar. De todo y de todos. Siempre.


Mientras seguimos el precario mapa, voy comiendo uno de los panes que horneó Kelda para nosotros. Espero que este viaje no dure tanto, porque dudo que pueda racionar eficientemente. Ni siquiera en el castillo había probado comida tan deliciosa. Y no es por sus ingredientes ni su preparación, ya que en la corte cada cena contaba con al menos ocho pasos y complejas recetas. Pero siempre sabía igual. Durante más de 300 años comí los mismos platos asignados cada día. Al cabo de unas décadas, dejaron de tener sabor, dejé de disfrutarlos y se convirtió en un acto puramente mecánico. Sentarme, discutir sobre política y asuntos reales, comer y el ciclo se repetía cada día y cada noche. Por momentos me sentía como un mueble más. Creía que si me quedaba muy quieto nadie siquiera notaría mi presencia. De por sí, siempre me había sentido invisible en el castillo. Solo hablaba cuando me lo indicaban, generalmente repitiendo discursos armados por La Asamblea. Solo hacía lo que El Consejo me ordenaba, como visitar reinos para formar alianzas o asistir a frívolas fiestas que eran una mera competencia de poder y riqueza. Solo ejercía mi puesto como me obligaba mi padre, librando guerras, capturando enemigos, destruyendo pueblos. Incluso en el campamento, solamente volvía a poner en práctica todo esto pero en menor medida. Dando ordenes, organizando a los elfos, tomando decisiones en pos del bien común. Pero todo se rompió como si alguien me hubiera empujado a través una ventana de cristal hacia el vacío. Y ese alguien fue Denna. La primer decisión completamente autónoma que tomé en mi vida, fue seguirla cuando huyó con las monedas. Luego no hubo vuelta atrás. Cada palabra, cada gesto, cada acción, se desencadenó por algo que ella hacía. Fueron inevitables. Como si hubiese puesto en marcha una maquinaria pesada y compleja, repleta de engranajes que no cesan de moverse y provocar sucesiones de acción y reacción. Por primera vez en mucho, mucho tiempo me siento vivo, junto con todo lo que eso conlleva. No podría decir que hasta ahora todo ha sido fácil y bonito, porque Denna ha logrado tocar cada nervio en mí haciéndome replantearme todas mis decisiones por momentos. Pero esa es la cuestión, he tomado decisiones. Comienzo a compartir su visión acerca de que no hay bien y mal, solo acciones y consecuencias.

Trazando sigilosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora