Capítulo LIII: Caos

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Embisto a Doomethius con toda la fuerza que puedo reunir en los pocos metros de carrera. No logro hacer que caiga al piso, pero sí desestabilizarlo lo suficiente como para que trastabille y deje de usar su habilidad. El impulso hace que me caiga al piso de rodillas pero no pienso, vuelvo a levantarme y me abalanzo sobre él. Me aferro a sus brazos, a su ropa, a su cabello. Apenas puedo ver lo que hago pero no importa, debo ganar tiempo para Aiden. Luego de un momento, encuentra un espacio entre mis brazos y me empuja con fuerza, apartándome de él. Esta vez logro caer de pie y tomo una postura ofensiva que me recuerda a un depredador. Sus ojos negros me atraviesan y comienzo a darme cuenta que si usa sus habilidades en mí, esta pelea terminará en un instante. Entonces, veo a Aiden por el rabillo del ojo y lo recuerdo. No hay magia aquí dentro.

El corazón comienza a latir dolorosamente en mi garganta y la adrenalina bombea por mi sangre haciendo que me arda la piel. Tengo que pensar en otra salida pero no puedo apartar la atención de Doomethius por el tiempo suficiente que me llevaría siquiera hilar un pensamiento coherente. Avanza hacia mí con una lentitud que parece saborear en cada paso y retrocedo arrastrando los pies con la esperanza de que esta breve estabilidad haga que mis piernas dejen de temblar. No puedo ganar esta pelea, pero puedo ganar tiempo. Por mi mente pasan todas las posibles consecuencias y me obligo a cerrar los puños para volver a sentir mis dedos. Estoy aterrorizada y sigue sintiéndose extraño. Caigo en la cuenta de que antes de conocer a Aiden no sentía nada en absoluto. Ni miedo, ni felicidad, ni esperanza, ni... Intento no hundirme más en la noción de que toda la vida culpé a mis sigilos de ese entumecimiento que se arraigaba a mi pecho como si fuera una hiedra venenosa en una antigua pared de ladrillos. Intento que la aplastante verdad no me quiebre los huesos uno por uno. Intento decirme que este no es el momento para poner en la balanza qué tanto de mi alma está consumida por los sigilos y qué otro tanto por Aiden. Se me estruja el pecho con una punzada y eso me ayuda a espabilar.

Clavo los ojos en los del decano con la intención desesperada de distinguir en sus facciones cuál será su próximo movimiento. Nada. Solo veo furia y asco. Si pudiera verme en el vacío negro de sus pupilas, de seguro mi reflejo devolvería la misma expresión.

—Eres aún más tonta de lo que creí. —me gruñe dejando ver sus afilados colmillos y casi puedo sentirlos desgarrándome la yugular. —Esto termina aquí.

Pronuncia cada palabra como si fuera una sentencia y un escalofrío me recorre la nuca. Da otro paso hacia mí y me alejo otro también.

—Así es. —la voz jadeante de Clawald emerge a espaldas de Doomethius y ambos fijamos la mirada en él mientras se incorpora con dificultad mientras ríe a la vez que solloza como un maníaco. —Esto termina aquí.

De pronto, el profesor se dobla sobre sí mismo y su cuerpo comienza a convulsionar con violencia, como si fuera agua en ebullición dentro de un viejo caldero. Todos mis instintos me gritan que me aparte y hago un esfuerzo sobre humano para darle esa orden a mis piernas. No comprendo qué sucede pero ninguno se atreve a moverse ni un milímetro mientras contemplamos la perturbadora escena. Betrarm comienza a emitir sonidos superpuestos, como si tuviera muchas voces en la garganta y todas quisieran gritar a la vez. Gruñidos, gimoteos, alaridos y sollozos comienzan a llenar el Acervo y hacer eco en el techo y las esquinas. No puedo apartar la mirada pero noto que Aiden viene a mi lado y me toma del brazo a tientas. Noto de reojo que tampoco puede dejar de ver lo que sea que está sucediédole al profesor.

En un movimiento súbito, Clawald comienza a retorcerse como si estuviera incendiándose. Sus extremidades se tuercen y tiemblan de una forma antinatural y siento ganas de vomitar. Entonces, uno de sus brazos se hincha rasgándo la tela de su camisa y su saco con un sonido sordo. No puedo procesar lo que veo. En lugar de piel, hay una espesa capa de pelo negro y donde debería haber frágiles dedos de anciano, hay una zarpa pesada con gruesas uñas oscuras que parecen rocas afiladas. No me da tiempo a distinguir bien los detalles, cuando desde su otra manga desgarrada emerge una extremidad amarillenta y escamosa que me recuerda a las patas de las aves, solo que estas parecen unas garras que podrían destrozar cualquier hueso en cuestión de segundos. Trago saliva con dificultad y oigo un jadeo escaparse del pecho de Aiden. Clawald emite un sonido ensordecedor que nos obliga a todos a encogernos y cubrirnos los oídos. Apreto los párpados con fuerza mientras aguanto el dolor y siento la mente confusa. Es como si tuviera una despiadada ventisca dentro de mi cabeza y se estuviera llevando cada pensamiento a su paso. Abro un ojo con dificultad, aún consciente de que no podemos bajar la guardia, y mucho menos ahora que no sabemos cuántos enemigos realmente tenemos frente a nosotros.

Trazando sigilosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora