Capítulo VII: Obsidianas y arces

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Errante se desploma en mis brazos y el corazón me da un vuelco. Mi mente está colmada de preguntas y pensamientos que chocan entre sí, como olas en la costa. Recorro todo su cuerpo con la mirada y veo su pecho bajar y subir al ritmo de su respiración. Llevo una de mis manos a su corazón y apoyo firmemente mi palma abierta sobre él. No está muerta. Suspiro aliviado. Estoy a punto de llevarla a la tienda con los demás heridos cuando me detengo a estudiar su rostro. Hasta ahora no la había tenido tan cerca y mucho menos tuve tiempo para observar sus facciones sin que su naturaleza esquiva interfiera.

No puedo evitar pensar que Errante no es bonita, al menos no de la forma a la que estoy acostumbrado. Jamás llegaría a compararse con ninguna de las doncellas de los reinos que he visitado, y mucho menos con cualquier elfa. La primera vez que la vi, cierta parte de mí esperaba encontrar a alguien similar a lo que estoy acostumbrado a ver en las damas de la realeza: piel blanca y tersa, facciones redondeadas y delicadas, cabello dorado hasta la cintura, ojos del color del cielo, cuerpo suave, hecho para ser admirado. Pero Errante parece ser la antítesis de todo esto. Al igual que todo lo que hace, es como si hubiese elegido verse así a propósito para molestarme.
Sus facciones son duras, frías. Su cabello cortado en capas desparejas reposa sobre sus hombros y tiene el color de las obsidianas que adornaban mi castillo. Sus ojos son del color de la corteza de los arces de la entrada a mi reino y están enmarcados por ojeras permanentes que surcan su rostro. Se asoma una sonrisita por la esquina de mis labios cuando noto que tiene tres lunares en línea: uno sobre la mejilla izquierda, otro sobre el puente de la nariz y el restante sobre su otra mejilla. Qué curioso. El sonido de las voces de mis camaradas me saca de mi ensimismamiento y carraspeo aclarándome la garganta. 

Acuno su cuerpo con los brazos y la levanto del piso. Allí está otra vez: lo inesperado. Puedo sentir bajo mis dedos cada uno de sus músculos definidos y tonificados. Incluso es más pesada de lo que había anticipado. Comienzo a llevarla hacia una de las tiendas intentando ver por dónde camino, pero mis ojos vuelven a ella constantemente. Una vez dentro, la apoyo sobre una de las camillas con suavidad y no puedo evitar el impulso de subirle las mangas de su blusa de lino. Contengo la respiración al deslizar la tela sobre su piel, exponiendo sus tatuajes. Se me atasca el aire en la garganta al verlos con atención. Cada centímetro de su piel está cubierto en símbolos, runas y todo tipo de sigilos de muchas culturas diferentes. Hay algunos que no logro reconocer. Acaricio la tinta con los dedos delicadamente mientras veo las líneas desprolijas y profundas de los intrincados diseños. El pecho se me oprime. Aparto la mano rápidamente cuando uno de los elfos curanderos entra a la tienda. Intercambiamos un par de palabras y jadea con sorpresa a ver los tatuajes en el cuerpo de Errante. 

Ni una palabra de esto a nadie le ordeno a mi camarada con una mirada fría. Él asiente y comienza a revisar el cuerpo de la humana. Desvío la vista por respeto cuando le quita la blusa buscando heridas ocultas, pero me encuentro espiando por el rabillo del ojo de todas formas. Mis ojos se abren de par en par cuando al girar su cuerpo, veo que prácticamente todo su torso está cubierto de tatuajes también. Vuelvo la vista al piso sintiéndome culpable por haberla visto sin su consentimiento. De pronto me siento como si hubiera abierto su diario privado y hubiera ojeado todas las páginas en secreto. Siento el corazón en los oídos y el pecho punzando, así que decido salir de la tienda. 



Me despierto con un sobresalto y miro a mi alrededor en busca de amenazas antes de reconocer dónde estoy. Mis labios se separan sorprendidos y mi corazón se salta un latido al ver a Aiden apoyado en uno de los postes de la tienda. Me mira fijamente con una expresión calma, que comienzo a pensar es habitual en él.

—¿Qué... qué pasó? —pregunto mientras trato de recordar lo que sucedió la noche anterior.
De repente, todo vuelve a mí y le pregunto con urgencia.—¿Están bien los elfos heridos? ¿Alguien murió? ¿Los hombres lobo se fueron? ¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? 

Aiden me mira sorprendido.

—Errante, acabas de despertar y lo primero que haces es hacerme docenas de preguntas —se ríe un poco y luego dice —Los elfos heridos están todos en buenas condiciones. Ninguno de ellos murió y los hombres lobo se fueron poco después de que colapsaras. Es la mañana siguiente, y es alrededor del mediodía. Estuviste inconsciente durante unas cuantas horas. —da un paso hacia mí con cautela y agrega —Estaba preocupado por ti y te vigilé mientras dormías.

Suspiro aliviada al escuchar que nadie murió y mi cuerpo se relaja un poco. Luego lo miro a los ojos con confusión.

—¿Te quedaste aquí toda la noche? —una sensación que no logro identificar brota en mi estómago.

—Sí... No podía dejarte sola aquí después de que te desmayaste —hace una pausa por un momento y luego continua —Sé que no confías en mí ni en la magia, pero espero que al menos me creas cuando digo que estaba preocupado por ti.

Parece que quiere decir más, pero se detiene y baja la mirada hacia el suelo mientras suspira. No quería llegar a esto. No quiero tener que hablar sobre los sigilos. Solo pensar en eso me da náuseas. Dejo que las palabras de Aiden se asienten por un momento mientras miro los símbolos tatuados en mis brazos. Paso mis dedos por ellos distraídamente mientras varios recuerdos del caos de la noche anterior pasan por mi mente. Después de un momento de silencio, murmuro:

—Gracias por quedarte despierto cuidándome —mis ojos encuentran los suyos fugazmente y luego vuelvo a mirar hacia abajo. —No tenías que hacerlo. Deberías haber estado con tu gente.

Aiden baja la mirada a sus manos al escuchar lo que digo, luego se vuelve hacia mí con una cálida sonrisa que casi me hace apartar la vista. 

Trazando sigilosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora