Capítulo XLII: Lo desconocido

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Abro los ojos y estoy rodeada de oscuridad. El familiar miedo se me sube por las venas y me quedo muy quieta. Poco a poco. una nube de humo y sombras se forma a pocos metros de mí y el Visitante del Velo se materializa. Pero... hay algo que va mal. Lo puedo sentir en la parte de atrás de mi cabeza mientras me observa. No puedo saber qué es. Se desliza sobre el suelo lentamente cortando la distancia. Hay algo que va mal. Miro debajo de su capucha pero solo veo el habitual vacío que amenaza con arrastrarme hacia él. Alza ambas manos y comienza a bajar lentamente un dedo. Luego otro. Y entonces lo recuerdo. No es el Vistante del Velo. No existe el Visitante del velo. Como si me cayera agua fría encima, doy una bocanada de aire y me siento diferente. Es como si hasta ahora hubiese sido apenas una tímida nube pasajera y ahora me convirtiera en un rayo.

—¿Quién eres? —mi voz es débil pero hace eco a nuestro alrededor. Sigue bajando dedos hasta que solo quedan los mismos de la última vez. —¿Qué significa eso? ¿Son los días que me quedan? ¿Ciclos? ¿Qué? —se queda en silencio en la misma postura. 

Siete. Siete. Siete. ¿Siete qué? Entonces me pregunto cómo no lo pensé antes.

—¿Siete monedas? —mi voz se escucha como un cristal estrellándose en un cuarto vacío.

El que alguna vez fue el Visitante del Velo comienza a retorcerse sobre sí mismo, como si su centro lo absorbiera y emite un chillido tan agudo que me eriza la piel. Todo el entorno comienza a temblar. Agito los brazos desesperada intentando mantenerme en pie, pero todo se vuelve borroso antes de comenzar a girar sobre, debajo y alrededor de mí. Miro en todas direcciones con los ojos muy abiertos, presa del pánico. Lo desconocido me saborea y me traga, como si se tratara de una bestia. Me llevo las  manos al pecho cuando siento que mi alma está siendo arrancada de mi cuerpo, y por más que intento racionalizarlo, me invade el terror como nunca había sentido. No me siento real. Comienzo a perder el recuerdo de como se siente mi cuerpo bajo mis dedos o el suelo bajo mis pies. Si quiera pensar en como era tragar saliva o respirar se convierte en un sueño borroso. No soy real. Sigo luchando con la incertidumbre de que algo se está separando de mí y me concentro en cerrar los puños. Mis uñas clavándose en mi palma me traen de vuelta a mi conocida realidad y puedo sentir mis pulmones y la lengua reposando en mi boca. Sigo cayendo, girando o no. No puedo ver nada. No hay nada. 

Entonces, atravieso una sustancia viscosa que solo es tangible para, lo que creo, es mi Esencia, antes de sentir el impacto contra el piso.

Luego de pestañear tres veces, ya no estoy en la oscuridad. El golpe me desorienta y es como si sintiera dolor por primera vez en la vida. Las rodillas y las palmas me escuecen. Levanto la cabeza con dificultad y noto que me encuentro en lo que parece ser un castillo abandonado hace siglos, lleno de humedad y podredumbre. Me incorporo sintiéndome aún muy extraña e intento distinguir algo alrededor. Estandartes rasgados cuelgan del techo, todos los faroles están destrozados y las grandes piedras lisas que componen las paredes están resquebrajadas y cubiertas de moho. Hay columnas derrumabadas por todas partes y ventanas rotas. Una fina capa de arena se asienta en cada centímetro que alcanzo a ver en la penumbra. El corazón me late en la garganta haciendo que me pregunte que tan real soy ahora mismo. Recuerdo las palabras de Gaius y apreto los párpados, rogando que no sea demasiado tarde.

—Tú...

Una voz de ultratumba me eriza la piel.

Trazando sigilosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora