CAPÍTULO 2

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CUIDANDO A KENNETH

KENNETH

La odio y apenas la conozco.

Salgo a la superficie para ser el centro de las miradas en el momento en el que una chica con una botella se acerca a Ade.

–¿Qué pasó?–le pregunta mientras ve la ropa de mi hermanastra.

–Decidí bailar sobre una mesa con solo ropa interior.

–¡Eso es!–la felicita con una sonrisa–¿Quieres vodka?

Asiente antes de darle un trago a la botella.

–¿Y por qué lo tiraste al agua?

–Porque me quería llevar a no sé dónde.

Nado hasta la orilla para luego salir con el enojo consumiéndome.

–Deberías agradecerme porque conseguí que dejaras de hacer el ridículo–le digo.

–No estaba haciendo el ridículo.

Que haga lo que quiera porque a mí ya me hartó por hoy.

Días después tengo una fiebre que me hace mantenerme en la cama.

–Tienes suerte de que hoy no tengas clases–comenta mi padre con su esposa detrás.

–Nosotros debemos irnos a trabajar y los empleados hoy descansan–me informa la mujer–Así que...¡Adeline!

Me gusta por donde vamos.

–¿Qué?–pregunta ingresando a la habitación portando uno de sus vestidos sin flores.

–Hoy cuidarás a Kenneth.

Hace una expresión de espanto a la vez que me mira haciéndome sonreír.

Voy a divertirme el resto del día.

–¿Qué le pasa?

–Tiene fiebre–le dice su madre.

–Por favor–se lo pide mi padre logrando que ella solo suspire.

Cuando los adultos se van, comienzo a hacer sonar con exageración una campanita que encontré.

–¡Empleada!

Cuando se adentra en la habitación, me mira con fastidio.

–No soy tu empleada.

–Como sea, cuídame.

Cuando vuelve, trae una jarra con agua junto a un vaso.

–Bebe esto–me dice de mala gana antes de salir de la habitación, ocasionando que vuelva a hacer sonar la campanita.

–¿Qué?–pregunta en el momento en el que vuelve a acceder, permitiéndome ver de nuevo esos ojos marrones.

–Tienes que seguir.

Ingresa al baño y cuando regresa, lo hace con paños mojados.

–Quítate la camiseta.

–Vas demasiado rápido.

–¡Apúrate!

Hago lo que dice para después tirársela en el rostro.

–Huele mal.

–Estoy enfermo.

–No es motivo para que seas sucio–dice al tiempo que me coloca unos paños en las axilas.

–¡Están fríos!

Me pone otro paño en la cabeza con satisfacción.

–Luego los cambiaré.

Tiempo más tarde, accede con una bandeja con comida.

–¿La envenenaste?

Es capaz.

–No, solo la escupí.

Repito.

Es capaz.

La coloca en mi regazo dispuesta a irse.

–Debes darme la comida en la boca.

Adoraba esto.

–¿Me estás jodiendo?–pregunta a lo que niego con una sonrisa.

Se sienta a mi lado antes de tomar una cucharada de sopa y en cuanto abro la boca me la mete con brusquedad, provocándome un dolor que viene acompañado de una tos.

–¡Está horrible!

–Si no te gusta, te levantas y te cocinas tú–se pone de pie–No creo que seas de los que se mueren por fiebre y si es así, mejor.

Mi felicidad no puede haber terminado.

Se gira logrando que haga sonar mi campanita. Debido a esto, toma el objeto antes de tirarlo al suelo para pisarlo con fuerza, rompiéndolo en mil pedazos.

Bueno sí, se acabó.

No pasa mucho para que escuche un ladrido acercándose a mí.

En el ojo de la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora