24 de Octubre, 2021

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Me acuerdo que la primera vez me diagnosticaron un Trastorno del Estado de Ánimo, específicamente Depresión, con Trastorno del Sueño.

Recuerdo que le tenía un miedo espantoso a la noche, me angustiaba cada vez que caía el anochecer porque sabía lo que eso significaba, las pesadillas volverían con las alucinaciones, distorsionando mi realidad, confundiendo mis pensamientos, atormentando mi vida e impidiéndome graduarme de bachillerato con mi mejor amiga, fue un golpe muy duro e inesperado.

Fueron años difíciles en los que solo mamá estuvo ahí conmigo ayudándome a enfrentarlo a superarlo poco a poco, con tanta paciencia que sólo ella lograba tenerme con esa manera tan única que posee de amarme, doblando rodillas ante la presencia de Dios en oración con lágrimas y dolor, por mi recuperación, consolación para ambas, por la situación que estábamos viviendo que no lográbamos entender, pero tal proceso nos enseñó a refugiarnos en Dios, a darnos cuenta que era nuestro principal mejor socorro, nuestro aliento y fortaleza, que verdaderamente encontraríamos en Él, que nadie más podía salvarme del suicidio, alejar las voces que me abrumaban, y sacarme de ese oscuro hoyo en la que me sentía atrapada, hundida, que con mis propias fuerzas jamás habría podido salir de allí y menos controlar las crisis.

Años después se dieron cuenta que lo que tenía era una Trastorno Bipolar tipo 2 (Hipomanía y Depresión), con Trastorno del Sueño y Trastorno de Ansiedad (Social y Pánico Escénico), vivir con ellos o lidiar con todos no ha sido nada sencillo, sobre todo, al no cumplir con un tratamiento médico para controlar los síntomas en situaciones más graves, cuando presento un episodio o una crisis intensa que me ha conllevado en el pasado a sufrir duras recaídas.

Aunque muchas veces me enojé, me frustré, me estresé, me entristecí, me sentí sola, sin esperanzas, sin fuerzas, vacía, me sentí de lo peor y me odié por padecer tales Trastornos Mentales cuando no eran mi culpa, porque nunca pedí tenerlos o estar en esas condiciones.

Muchas veces no comprendía el por qué a mí, de tantas personas en el mundo, incluso se lo reclamaba a Dios y sentía que se había olvidado de mí en esos momentos que más lo necesitaba.

Pero en realidad, todo el tiempo estuvo en silencio acompañándome, enseñándome de cada proceso, mostrando su grandioso poder y cada milagro que hizo en mi vida para hoy estar viva, respirando, viendo, escuchando, hablando, caminando, bailando, recordando su bondad y amor incondicional por mí, cuando pude haber perdido la vida, ahora sé el extraordinario valor que tiene vivir y cuidar de mi salud física y mental.

Agradecida de poner en mi camino a mi profesora, orientadora, consejera, psicóloga y amiga Laudice Medina, que me ha dado las técnicas y herramientas para mejorar y conservar mi bienestar emocional, que sola no habría podido.

Y feliz de haber conocido amistades extraordinarias que me aceptan con mi condición mental, los mismos que se han convertido especialmente en mi apoyo en cada situación buena o mala, cuando otras personas ignorantes sólo juzgan, pero no me interesan sus comentarios de perjuicios, porque he aprendido a amarme con todo y cada uno de los trastornos y a depender principalmente de Dios para superarme.

Estoy muy orgullosa de que a pesar del trastorno de ansiedad social, tengo amistades con los que puedo compartir agradables e inolvidables momentos, que amo con todo mi corazón y estoy agradecida con cada ayuda que me brindan cuando lo necesito. Estoy feliz de que a pesar de sufrir de Pánico Escénico, lo enfrento, doy clases de Danza a mi grupo de niñas, monto coreografías para las muchachas de la Iglesia, enseño a otros lo que sé y trato de mejorar, pero también aprendo, recibiendo clases de Danza, de Yoga, bailando en público, aunque antes de presentarme en un escenario me tiemble todo, me ponga nerviosa, me suden las manos...

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