Hasta el Infinito Parte 2

Capítulo 20: Irresponsables

Wayn se despidió y se fue directamente hacia el banco. Intentó parecer seguro en todo momento, pero no pudo evitar los temblores y los sudores al ver cualquier ser grande y con exceso de ropa yendo hacia él. Sabía perfectamente que La Familia tenía ojos por todas partes en los lugares controlados por la Alta Mesa. Kyman se debía de haber enterado de su pequeña traición, permitiendo que Adit y Tanr fuesen los que vendiesen el barco actual.

Llegó hasta el imponente edificio, deslumbrante y colorido. A pesar de no ser tan llamativo e imponente como otros edificios que había visto, por todos los edificios, grises y monótonos, que había no solo a su alrededor, sino por todo el planeta, este resaltaba con sus pocos detalles.

Temeroso, entró en el banco. Este estaba repleto de gente haciendo cola para ser atendidos en el centro de la amplia estancia. Todos los clientes que se encontraban allí, incluyendo a Wayn, se veían como pordioseros en comparación con el espléndido y cuidado interior del banco.

La mayoría quería ingresar sus botines en su cuenta, por lo que iban con grandes cofres y sacos. En grandes grupos para proteger sus tesoros a pesar de que en los lugares protegidos por la Alta Mesa estaba más que penado el robo. Algunos pocos querían sacar sus monedas para tener algo de efectivo, pues iban a emprender un viaje fuera de los territorios de la Alta Mesa.

A los lados, había varios despachos con empleados que atendían a otros asuntos, como por ejemplo abrir una cuenta o pedir un crédito. Conforme uno se adentraba en aquella sala, por lo que se podía ver a través de las paredes de cristal, los despachos eran más ostentosos y atendían a menos clientes, pues estaban reservados para ciertos clientes.

Wayn se sentía observado y juzgado por todos lo que se encontraban allí, a pesar de que cada uno de ellos solo se centraba en sus propios asuntos. Estaba tan tenso que, al escuchar un fuerte alarido ininteligible, dio un salto hacia atrás y se preparó para defenderse. Sin embargo, al ver de dónde venía aquel alarido, se dio cuenta que no tenía nada que ver con él.

—¡PERO QUE ESTOY VIVO! ¿QUÉ NO ENTIENDES DE QUE ESTOY VIVO? ¡MIRAME! ESTOY AQUÍ MISMO —gritó a todo pulmón un arnado. Un hombre con rasgos de insecto que recordaban vagamente a una mantis religiosa. Era alto, delgado y verduzco. Con unos ojos grandes y mandíbulas fuertes.

—Por favor, cálmese, señor —dijo la cajera con total calma—. Ya le he dicho que en el sistema está catalogado como muerto, por lo que no va a poder acceder a su cuenta hasta que demuestre su resurrección.

—¡Pero que no he resucitado, joder! Que no estaba muerto.

—Pues ya verá usted que hacer, porque yo no puedo hacer nada. Lo han catalogado como difunto.

—Pero que estoy vivo.

—Solo le puedo decir que vaya a conseguirse un documento que confirme su resurrección.

—Llevan así unos quince minutos, y no parece que vayan a parar —comentó un hombre esrefel. Estos eran altos y delgados, con las orejas largas y puntiagudas y ojos completamente negros. Su característica más destacable era la longevidad y su eterna juventud—. No sé muy bien cuáles son las políticas del banco, pero solo dejan sacar hasta cincuenta monedas de oro por día a no ser que sea un día veinte y que caiga jueves o el tercer lunes de un mes, siempre que no caiga en festivo.

Este llevaba una gran bolsa llena de monedas de oro, la cual no dudaba en sacudir para hacerla sonar. Se sentía orgulloso de haber liado a la pobre mujer que lo atendió para entregarle todo su dinero. Aunque no tenía muy en claro si era dinero de su cuenta o de otra, pues la pobre mujer había sacado una bolsa de más de seiscientas monedas. Ni si quiera le había preguntado su nombre para mirar su cuenta. Puede que ni si quiera supiese exactamente la cantidad que le entregó.