Cap 21

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—¡No!

Mis pies resbalan en la sangre cuando me lanzo hacia adelante, cayendo de rodillas sobre el cuerpo de mamá. Su hermoso rostro expresivo se ve relajado, sus suaves ojos castaños vidriosos y desenfocados. Su bata rosa, mi regalo de Navidad del año pasado, la sangre de la profunda herida vertical en su antebrazo acumulándose en las limpias baldosas blancas, filtrándose en el cemento impecablemente mantenido. Su brazo izquierdo está presionado contra su costado, pero también hay sangre allí. Tanta sangre...

—¡Mamá! —Presiono mis dedos helados en su cuello. No puedo sentir el pulso, o tal vez simplemente no sé dónde encontrarlo. Porque hay pulso. Tiene que haberlo. No haría esto. Ahora no. No otra vez. Estoy frenético y entumecido al mismo tiempo, mis pensamientos precipitándose a la velocidad del rayo incluso mientras me arrodillo allí, rígido y congelado. Sangre. Tanta sangre en el piso de la cocina. Mi cabeza se levanta de golpe en piloto automático, mis ojos buscando un rollo de toallas de papel en la encimera. Mamá estará muy molesta por las manchas en el cemento. Necesito limpiar esto, necesito...

Llamar al 911. Eso es lo que tengo que hacer.

Me pongo de pie, palmeándome los bolsillos frenéticamente a medida que mi mirada vaga por la cocina.

Mi teléfono. ¿Dónde está mi maldito teléfono? Espera, mi mochila.

¿Lo dejé en el auto?

Giro hacia la puerta principal, respirando en jadeos superficiales. Llaves. El auto necesita llaves. ¿Dónde puse mis malditas llaves? Mi mirada se posa en una mesita junto a la entrada y corro hacia ella, con el corazón martilleando tan rápido que me enferma.

Llaves. Auto. Cartera. Teléfono. Puedo hacerlo. Solo un paso a la vez.

Mis dedos se cierran alrededor de mi llavero peludo, y estoy a punto de agarrar la manija de la puerta cuando lo escucho.

El bajo retumbar profundo de voces masculinas en el dormitorio de mamá.

Me quedo de piedra, todos los músculos de mi cuerpo tensándose.

Hombres. Aquí, en el apartamento. Donde mamá yace en un charco de sangre.

—... se suponía que debía estar aquí —dice uno de ellos, su voz tornándose más fuerte a cada segundo.

Sin pensarlo, salto al nicho de la pared en el pasillo que sirve como armario para abrigos. Mi pie izquierdo aterrizando sobre una pila de botas, mi tobillo torciéndose angustiosamente, pero reprimo el grito y arrojo los abrigos de invierno a mi alrededor como un escudo.

—Revisa otra vez el teléfono. Tal vez haya tráfico. —La voz del otro hombre suena más cerca, al igual que sus pasos pesados.

Oh Dios, oh Dios, oh Dios.

Me tapo la boca con ambas manos, las llaves que estoy aferrando, clavándose dolorosamente en mi barbilla mientras me quedo inmóvil, sin atreverme a respirar.

Los pasos se detienen junto a mi escondite y, a través de las capas voluminosas de abrigos, los veo.

Altos.

Fornidos poderosamente. Máscaras negras. Una pistola en una mano enguantada.

Aguijones de terror recorren mi columna vertebral, mi visión salpicada de manchas oscuras por la falta de aire.

No te desmayes, Felix. Mantente firme y no te desmayes.

El hombre más cercano a mí gira para mirar hacia mi escondite como si escuchara mis pensamientos y se quita la máscara, revelando la cabeza de un tiburón. Me apunta con el arma, enseñando sus dientes como cuchillos en una sonrisa macabra.

—¡No!

Retrocedo violentamente, solo para enredarme en los abrigos. Están sobre mí, asfixiándome, manteniéndome cautivo. Me agito con una desesperación creciente, las súplicas roncas y los sollozos de pánico escapando de mi garganta crudamente mientras el dedo enguantado de negro aprieta el gatillo y...

—Shhh, está bien, Gatito. Estás bien. —Los abrigos se aprietan a mi alrededor, solo que esta vez su peso es reconfortante, como estar envuelto en un abrazo. También huelen bien, una mezcla intrigante de cedro, bergamota y sudor masculino terroso. Inhalo profundamente, mi terror cediendo a medida que la cabeza del tiburón y el arma retroceden en una niebla y la consciencia de otras sensaciones se filtra en mi interior.

Calor. Sutiles músculos duros debajo de mis palmas. Una voz profunda, de seda áspera, murmurando cosas relajantes en mi oído a medida que unos brazos poderosos me abrazan con firmeza, protegiéndome, manteniéndome a salvo de los horrores cerniéndose más allá de la niebla.

Mis sollozos ceden, mi respiración entrecortada ralentizando cuando la pesadilla me libera. Y era una pesadilla. Ahora que mi cerebro está comenzando a funcionar, sé que no existe tal cabeza de tiburón en un cuerpo humano. Mi mente dormida conjuró eso, embelleciendo el recuerdo, tal como lo está embelleciendo ahora...

Espera, esto no se siente como un sueño.

Me pongo rígido, una ráfaga de adrenalina barriendo la neblina persistente y haciendo que me dé cuenta de que un gran hombre cálido, con el torso desnudo y muy real me está meciendo en su regazo. Mi rostro está enterrado en el hueco de su cuello, mis manos aferrándose a los músculos duros de sus hombros mientras sus grandes palmas callosas acarician mi espalda suavemente. Está murmurando palabras de consuelo en una mezcla de inglés y coreano, y su suave voz profunda es terriblemente familiar, al igual que su seductora esencia masculina.

No puede ser. No es posible. Y aun así...

—¿Hyunjin? —susurro, sintiendo como si estuviera implosionando por dentro, y cuando levanto mi cabeza de su hombro y abro mis ojos, la luz débil de la luna filtrándose por la ventana ilumina las líneas crudamente talladas de su rostro, dándome la respuesta.

¹Guarida del diablo || Hyunlix✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora