( 🌊 ) I will make her happy

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Comparado con el monte Olimpo, Manhattan estaba tranquilo

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Comparado con el monte Olimpo, Manhattan estaba tranquilo. Era el viernes antes de Navidad, pero todavía muy temprano y apenas había gente en la Quinta Avenida. Argos, el jefe de seguridad (ya sabes, el de los múltiples ojos), nos recogió a Annabeth, a Grover, a Lexa y a mí en el Empire State para llevarnos de vuelta al campamento. Había una ligera ventisca y la autopista de Long Island estaba casi desierta.

Mientras subíamos por la Colina Mestiza hasta el pino donde relucía el Vellocino de Oro, casi esperaba encontrarme allí a Thalia. Pero no: no estaba. Había partido con Artemisa y las demás cazadoras en pos de una nueva aventura. Dejando a Alexandra con nosotros. Una Alexandra con los ojos inyectados en oscuridad.

Yo trataba de hacer todo lo posible para que ella estuviera bien, pero se me era muy difícil pensar en que hacer al ver que ella iba a estar así por un buen rato. No era tonto... ósea si, pero no tanto. Sabia que había perdido a su alma gemela y no de manera romántica, había perdido a su otra mitad en sus brazos. Le llevaría meses poder recomponerse de tal cosa, y yo iba a estar con ella en todo momento.

Quirón nos recibió en la Casa Grande con chocolate caliente y sándwiches de queso. Grover se fue a ver a los demás sátiros para contarles nuestro extraño encuentro con la magia de Pan. Apenas una hora después, todos los sátiros del campamento corrían de un lado para otro, preguntando dónde estaba la cafetería más cercana.

Annabeth y yo nos quedamos un rato hablando con Quirón y con otros campistas veteranos: Beckendorf, Sile-na Beauregard y los hermanos Stoll. Incluso estaba Clarisse, de Ares, que ya había regresado de su misión secreta de reconocimiento. Deduje que habría pasado muchas dificultades, porque ni siquiera trató de pulverizarme. Tenía una nueva cicatriz en la barbilla, y llevaba el pelo rubio cortado al rape de un modo irregular, como si alguien la hubiese atacado con un par de tijeras.

Mientras tanto Alexandra se había quedado afuera de mi cabaña, la cual daba al agua, admirando el amanecer. Intenté convencerla de que viniera con nosotros a hablar, pero decidió quedarse sola y en silencio. La deje.

—Luke está vivo —dije—. Annabeth tenía razón.

Ella se incorporó en su asiento.

—¿Cómo lo sabes?

Procuré no sentirme molesto por su interés. Le conté lo que me había dicho mi padre sobre el Princesa Andrómeda.

—Bueno —dijo removiéndose, inquieta—. Si la batalla final ha de producirse cuando Percy cumpla dieciséis, al menos nos quedan dos años para resolver algunas cosas.

Me dio la sensación de que «resolver algunas cosas» quería decir «conseguir que Luke se corrija», lo cual todavía me irritó más.

Quirón nos miraba con expresión sombría. Sentado junto al fuego en su silla de ruedas, me pareció muy viejo. Es decir, era viejísimo, sí, pero normalmente no lo parecía.

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