The warrior

( 🌓 ) hunters and campers

Luego de ver como el chico que aparecía en mis sueños se quedo callado al ver que, Artemisa le dijo quien era ella en realidad, una mueca de risa se coló en mis labios, recibiendo un golpe en las costillas de parte de Zoë.

No era mi culpa que la cara de Percy me halla hecho gracia.

Aunque de la risa pase al asombro al ver que el sátiro se arrodillo en la nieve y empezó a gimotear:

—¡Gracias, señora Artemisa! Es usted tan... tan... Uau!

Como una cazadora de años, ni yo le tenia tanto respeto a la diosa como para arrodillarme en el medio de una noche helada en la nieve. Bueno, en realidad dependería. Pero hacia mucho frío y ese sátiro no parecía importarle.

—¡Levanta, niño cabra! —le soltó Thalia—. Tenemos otras cosas de que preocuparnos. ¡Annabeth ha desaparecido!

—Momentito. Tiempo muerto —dijo la chica que no había estado peleando con el resto, y detrás estaba el otro niño, él era mas chico que todos nosotros, suponía que era su hermanito al ver la similitud en sus caras.

Todo el mundo se la quedó mirando. Ella nos fue señalando, uno a uno, como si estuviera repasando las piezas de un rompecabezas. Yo la entendía completamente, había hecho lo mismo el día que me cruce con las cazadoras y Artemisa me dijo que si me quería unir a su grupo de caza. Y eso que fue hace seis años.

—¿Quien... quienes son todos ustedes? —pregunto finalmente la chica.

La expresión de Artemisa se ablandó un poco. La misma reacción que tuvo conmigo el primer día que me vio, ya sabia lo que se le venia a esta chica y no me parecía nada bueno.

—Quizá sería mejor, mi querida niña, saber primero quién eres tú. Veamos, ¿quiénes son tus padres?

—Me llamo Bianca —dijo en un murmullo casi imposible de escuchar. Luego señalo al niño—. Y él es mi hermano, Nico.

Bianca miró con nerviosismo a su hermano, que seguía contemplando maravillado a Artemisa.

—Nuestros padres murieron —dijo ella—. Somos huérfanos. Hay un fondo que se ocupa de pagar nuestro colegio, pero... —titubeo al ver que todos la veían como si nadie le creyera lo que estaba diciendo— ¿Que? es la verdad.

—Tú eres una mestiza —le soltó Zoë—. Uno de tus padres debía ser un mortal y el otro era un olímpico.

—¿Un olímpico? ¿Un atleta, quieres decir?

—No ese tipo de olímpicos —le conteste yo al ver lo perdida que estaba—. Uno de los dioses.

—¡Que estupendo! —exclamo Nico. Me daba mucha ternura el ver que no sabia en lo que estaba metido por ser hijo de un dios.

—¡Ni hablar! —terció con voz temblorosa su hermana— ¡No le encuentro nada de estupendo!

Nico se había puesto a dar saltos de la emoción con una sonrisa de oreja a oreja. Hubiera dado mi vida porque no supiera la verdad de los dioses. Que eran todo lo que estaba mal para la vida de un semidiós. Todo con tal de que esa sonrisa real no se le fuera de la cara.