( 🌊 ) cute dragon

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De no ser por el enorme dragón, aquel jardín habría sido el lugar más hermoso que había visto en mi vida

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De no ser por el enorme dragón, aquel jardín habría sido el lugar más hermoso que había visto en mi vida. La hierba brillaba a la luz plateada del anochecer y las flores eran de colores tan intensos que casi refulgían en la oscuridad. Unos escalones de mármol negro pulido ascendían a uno y otro lado de un manzano de diez pisos de alto. Cada rama relucía cargada de manzanas doradas. Y no es una metáfora ni me refiero a las manzanas golden que puedes comprar en el súper. No, quiero decir manzanas de oro de verdad.
Me faltan palabras para explicar por qué resultaban tan fascinantes. Nada más oler su fragancia, tuve la seguridad de que un mordisco de aquellas manzanas habría de resultar lo más delicioso que pudiese probar jamás.

—Las manzanas de la inmortalidad —dijo Alexandra a mi lado—. El regalo de boda de Zeus a Hera.

Me habría acercado para arrancar una si no hubiera sido por el dragón enroscado en el tronco del árbol. Y porque Lexa me agarro del brazo al ver que estaba avanzando hacia el árbol.

No sé en qué estarás pensando cuando digo «dragón», pero, sea lo que sea, te aseguro que no es lo bastante pavoroso. Su cuerpo de serpiente tenía el grosor de un cohete y lanzaba destellos con sus escamas cobrizas. Tenía más cabezas de las que yo era capaz de contar. Más o menos, como si se hubieran fusionado cien pitones mortíferas. Parecía dormido. Las cabezas —con todos los ojos cerrados–reposaban sobre la hierba enroscadas en un amasijo con aspecto de espagueti.

Entonces las sombras que teníamos delante empezaron a agitarse. Se oía un canto bello y misterioso: como voces surgidas del fondo de un pozo. Iba a empuñar a Contracorriente, pero Zoë detuvo mi mano. Cuatro figuras temblaron en el aire y cobraron consistencia: cuatro jóvenes que se parecían mucho a Zoë, todas con túnicas griegas blancas. Tenían piel de caramelo. El pelo, negro y sedoso, les caía suelto sobre los hombros. Era curioso, pero nunca me había dado cuenta de lo guapa que era Zoë hasta que vi a sus hermanas, las hespérides. Eran exactamente iguales que Zoë: preciosas, y seguramente muy peligrosas.

—Hermanas —saludó Zoë.

—No vemos a ninguna hermana —replicó una de ellas con tono glacial—. Vemos a dos mestizos y a dos cazadoras.

—Todos los cuales han de morir muy pronto.

—Estan equivocadas. —Di un paso al frente—. Nadie va a morir.

Las tres me examinaron de arriba abajo. Sus ojos parecían de roca volcánica: cristalinos y completamente negros.

—Perseus Jackson —dijo una de ellas.

—Sí —musitó otra—. No veo por qué es una amenaza.

—¿Quién ha dicho que yo sea una amenaza?

La primera hespéride echó un vistazo atrás, hacia la cima de la montaña.

—Os temen, Perseus. Están descontentos porque ésa aún no os ha matado — dijo señalando a Thalia.

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