( 🌓 ) fear

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Sabía que mi cabello se estaba tiñendo lentamente de negro y que mis ojos se estaban oscureciendo con el pasar de los minutos, pero no podía controlarlo

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Sabía que mi cabello se estaba tiñendo lentamente de negro y que mis ojos se estaban oscureciendo con el pasar de los minutos, pero no podía controlarlo. Estaba furiosa. Estaba furiosa con todos los dioses que tenían que ver con la muerte de Bianca. Y no solo eso. Estaba destrozada por una muerte que no pude evitar.

Ella tendría que estar ahora a mi lado con Zoë. Pero no. Ahora ella estaba muerta. Había dejado a Nico solo. Un niño de 10 años solo.

Mi cabello se oscureció el doble. Las puntas estaban negras como la noche y ya casi llegaba el color a la mitad de mi cabeza. Y suponía que mis ojos eran como ver una tormenta en el cielo.

Tan solo pensar en Nico me ponía mas triste y enojada. En este momento decidí que ahora tenía dos misiones: la primera, cuidar a Percy Jackson, como ya lo estaba haciendo. Y la segunda, cuidar de Nico di Angelo cuando llegase al campamento y se enterase de todo esto.

Una lágrima solitaria cayó por mi ojo.

—Lexa —me susurró Zoë pasando un brazo por mis hombros—. Necesitas pensar en otra cosa.

Ella tenía miedo de que yo acabase enterrada en la oscuridad de mi maldición. Una que no sabía.

No logre mirarla a los ojos. Estaba aturdida por todo. Pero pase uno de mis brazos por su cintura y la acerque a mi mientras seguíamos a los demás. Necesitaba que ella se quedase a mi lado hasta que terminara la misión y pudiéramos ser dos chicas tranquilas en un grupo de cazadoras de nuevo. Necesitaba que ella se quedase a mi lado toda mi vida. Ella es mi todo. Zoë Belladona es mi todo.

—Vas a estar bien, estrellita. Ya va a pasar —me susurró, y volví a llorar nuevamente en silencio.

A la salida del vertedero, tropezamos con un camión de remolque tan desvencijado que parecía que también lo hubiesen dejado allí como chatarra

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A la salida del vertedero, tropezamos con un camión de remolque tan desvencijado que parecía que también lo hubiesen dejado allí como chatarra. Pero el motor arrancó y tenía el depósito casi lleno, así que decidimos tomarlo prestado.

Thalia conducía, pues parecía menos aturdida que los demás.

—Los guerreros-esqueleto aún andan por ahí —nos recordó—. Tenemos que seguir adelante.

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