( 🌓 ) two gods, one worse than the other

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Cabalgamos sobre el jabalí hasta que se puso el sol

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Cabalgamos sobre el jabalí hasta que se puso el sol. Yo no puedo explicar la forma en la que viajamos. Mi trasero estaba plano al estar todo el día sentada de la misma forma. Era como estar en un cepillo de acero mientras pasábamos por un camino pedregoso. Este viaje estaba en mi top 10 de peores viajes.

No tengo ni idea de cuántos kilómetros recorrimos, pero sí sé que las montañas se desvanecieron en el horizonte y cedieron paso a una interminable extensión de tierra llana y seca. La hierba y los matorrales se iban haciendo más y más escasos y, finalmente, nos encontramos galopando a través del desierto.

Al caer la noche, el jabalí se detuvo junto a un arroyo con un bufido y se puso a beber aquella agua turbia. Luego arrancó un cactus y empezó a masticarlo. Con púas y todo.

—Ya no ira mas lejos —aviso Grover—. Tenemos que marcharnos mientras come.

No hizo ni falta que insistiera que ya todo estábamos deslizándonos por detrás mientras el cenaba. Todos nos alejamos rengueando con el trasero adolorido.

Después de tragarse tres cactus y de beber más agua embarrada, el jabalí soltó un chillido y un eructo, dio media vuelta y echó a galopar hacia el este.

—Le gustan mas las montañas —dijo Percy.

—No me extraña —dijo Thalia señalando delante de nosotros—. Miren.

Ante nosotros se extendía una antigua carretera de dos carriles cubierta de arena. Al otro lado había un grupo de construcciones demasiado pequeño para ser un pueblo: una casa protegida con tablones de madera, un bar de tacos mexicanos con aspecto de llevar cerrado desde antes que Zoë se uniera a las cazadoras y una oficina de correos de estuco blanco. Mas allá se hallaban una colina enorme de coches viejos, electrodomésticos y chatarra diversa. Una chatarrería que parecía extenderse interminablemente en el horizonte.

Los vellos de la nuca se me erizaron unos segundos después de analizar todo.

—Uau —se asombró Percy.

—Algo me dice que no vamos a encontrar un servicio de alquiler de coches aquí —dijo Thalia. Le echó una mirada a Grover—. ¿Supongo que no tendrás otro jabalí escondido en la manga?

Grover husmeaba el aire, nervioso. Sacó sus bellotas y las arrojó a la arena; luego tocó sus flautas. Las bellotas se recolocaron formando un dibujo. Eramos nosotros. Seis bellotas.

—Esos somos nosotros —dijo Grover—. Esas seis bellotas de ahí.

—¿Cuál soy yo? —preguntó Percy.

—La pequeña y deformada —apuntó Zoë.

Una carcajada salió de mi boca en el segundo que dijo aquello y vi la bellota que estaba señalando mi mejor amiga. Percy se giró hacía mi con muchísimo dramatismo.

—¿Estas de su lado?

—Ni me hagas decirlo —Zoë me choco los cinco.

—Dioses —susurró Percy para si mismo.

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