( 🌓 ) dead in life

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No tenia ánimos de seguir con mi vida

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No tenia ánimos de seguir con mi vida.

Ya no me importaba nada de lo que estaba pasando. Cronos, Atlas, los dioses, los semidioses. No me importaba nada de eso.

Lo único que amaba acababa de morir frente a mis ojos.

Todos estábamos mal. Annabeth tenia los ojos con lagrimas, Thalia estaba llorando, Percy el cual nunca se aparto de mi, tenia su brazo derecho por encima de mis hombros atrayéndome a su cuerpo, estaba callado pero con los ojos rojos de aguantar las lagrimas que querían escaparse y Artemisa estaba tan afectada que su cuerpo despedía destellos de luz plateada. Pero ninguno de ellos sufría lo que estaba sufriendo yo.

Sabia que Artemisa estaba con nosotros todavía para controlar que yo no me cambiase a mi otra yo. Pero podía sentir como lentamente algo dentro de mi se estaba apoderando de mi cuerpo. No le ponía resistencia, ya no quería pelear contra nada ni nadie. En tan solo unos minutos yo ya no tendría control de mi cuerpo y quedaría a disposición de la profecía que nunca me contaron.

—Debo partir hacia el Olimpo de inmediato — dijo—. No puedo llevaros, pero os enviaré ayuda.

Apoyó la mano en el hombro a Annabeth.

—Tienes un valor excepcional, querida muchacha. Sé que harás lo correcto.

Luego miró a Thalia con aire inquisitivo, como si no supiera del todo a qué atenerse respecto a aquella joven hija de Zeus. Thalia parecía reacia a levantar la vista, pero lo hizo por fin y le sostuvo la mirada a la diosa. Esa típica mirada que te da Artemisa antes de querer que estes como una de sus cazadoras. Thalia seria una muy buena lugarteniente.

Luego se volvió hacia Percy.

—Lo has hecho muy bien — dijo—. Para ser un hombre.

Percy se limito a quedarse callado conmigo todavía a su lado. No quería separarme de él. Me daba una protección que no sentía hacia rato.

Montó en su carro y éste empezó a resplandecer, obligándonos a apartar la vista. Se produjo un fogonazo de plata y la diosa desapareció.

—Bueno —dijo el doctor Chase con un suspiro—. Es impresionante. Aunque debo decir que sigo prefiriendo a Atenea.

Annabeth se volvió hacia él.

—Papá, yo... Siento que...

Chist. —Él la abrazó—. Haz lo que tengas que hacer, querida. Sé que no es fácil para ti. —Le temblaba la voz, pero le dirigió una sonrisa valiente.

Entonces oí un vigoroso aleteo. Tres pegasos descendían entre la niebla. Dos caballos alados blancos y uno completamente negro.

—¡Blackjack! —exclamó Percy.

—Ha sido duro —reconoció.

—No —respondí en voz alta—. Son amigos míos. Tenemos que llegar al Olimpo lo más deprisa posible.

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