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彡.。🎀 capitulo diecinueve: Ella sí murió...
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IKARI GOJO, UNA JOVEN DE ESCASOS 14 AÑOS, a punto de alcanzar los 15, encarna la epitome de la aspiración en su vida: pertenecer al misterioso mundo de la magia y convertirse en chamán en el Colegio Técnico de Magia Metropolitana de Tokio. Esta ambición, aunque impregnada de determinación, se nutre de un sentimiento de no encajar, una inquietud que la impulsa a buscar su lugar en un dominio que resuena con la memoria de su difunta madre.
La madre de Ikari, que perdió la vida a la misma edad que ella, se erige como una fuente inagotable de inspiración. Sin embargo, incluso en este legado materno, surgen contrapartes que obstaculizan su camino. Satoru Gojo, su propio padre, emerge como la figura determinante que se opone con firmeza a los sueños de Ikari. No solo por el inevitable paralelismo con la historia de Hikari, su madre, sino también por la naturaleza singular de Ikari.
La frialdad excesiva de Satoru hacia su hija no solo sirve como recordatorio diario de la pérdida de su amada, sino que se convierte en una defensa contra el temor de que la tragedia se repita. La diferencia en este caso radica en que Satoru, desbordado por el miedo y el dolor, va más allá de la indiferencia; su corazón paterno, de ser alguna vez latente, se desvanece en la bruma de la hostilidad, hasta el punto en que ya no se puede sentir el pulso de la conexión entre padre e hija.
Ikari y Satoru no tienen nada de padre e hija.
Ijichi albergo sus pensamientos sobre la complicada relación de Satoru con su hija en el fondo de su mente, pero la voz del mencionado lo alertó.
▬▬Sabes...tengo una mala personalidad, ¿No crees?▬▬admite sobre filo halo de silencio, tocando la venda oscura que yacía sobre sus ojos zafiros, el pelinegro se tensó levemente, como si el albino pudiera leer su mente y rescatar sus múltiples cuestionamientos sobre aquella albina de ojos rojos y él albino mayor, pero simplemente asintió.
▬▬Lo sé.▬▬afirma evitando su clásico tartamudeo y Satoru suelta una leve rista acomodándose con los codos sobre sus rodillas. La simple presencia de aquel le generaba una bruma de superioridad y el nerviosismo se instalaba en él.