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Alba
Quinta firma

Empujé la puerta de la cocina y me encontré con Joan en el salón.

-No, ni hablar, Alba. Tienes que ayudar con la cena.

Me puse las manos en la cintura y lo miré mal.

-Sabes perfectamente que tengo que ir a renovar el contrato con Natalia.

-Ese estúpido contrato puede esperar a mañana. Estoy hasta arriba con los animales y no vas a escaquearte.

-Serán diez minutos.

-Solo en ir allí tardas eso.

-¡Joan, por favor! -exclamé- ¿Puedes dejar de ser tan aguafiestas? -me miró mal y puse mi mejor cara de pena- Te prometo que no tardaré más de media hora.

-Te va a convencer - María, nuestra hermana, nos miró a ambos antes de beber leche directamente de la botella.

-Mamá va a matarte por eso -murmuré.

-No se enterará.

-Oh, claro que se enterará -sonreí maliciosa.

-Alba, enserio, necesito un poco de ayuda -interrumpió Joan.

-Mamá lo dejó casi todo listo, no comprendo por qué te ahogas en un vaso de agua.

-Es la primera vez que se toman unos días de descanso y quiero que, al volver, estén orgullosos de nosotros.

Miré a mi hermano detenidamente. Joan tenía cinco años más que yo, ya había cumplido los veinte y, aunque podría decirse que los años le habían hecho madurar, lo cierto es que no recuerdo ninguna etapa en la que no fuera un niño responsable. Y un mandón. Supongo que es cosa de hermanos mayores, porque Natalia también era la mayor y tenía amargadas a sus hermanas. Tenía amargado incluso al pequeño Miki.

Sabía que por las malas no iba a conseguir nada, así que me acerqué a él. Ignorando a María, que estaba en medio, lo abracé por la cintura y puse mi mejor cara de cordero degollado.

-Solo te pido media hora cada dos años. ¿De verdad es tanto, Joan? Vamos, te prometo que luego vendré y haré la mejor cena de solsticio que puedas imaginar. Cuando nuestros padres lleguen, se encontrarán un manjar encima de la mesa.

Mi hermano se lo pensó, pero no demasiado. Cuando ponía esa cara, rara vez se resistía a mí. María lo sabía, de ahí que se aguantara la risa. De haberla tenido más cerca, le habría dado una patada para que se centrara. Joan me miró solo unos instantes antes de separarme de su cuerpo y hablar enfurruñado.

-Media hora, Alba, ni un minuto más.

Grité de emoción, lo bese en la mejilla y salí corriendo sin perder ni un segundo. Mis firmas con Natalia siempre eran especiales, pero esta lo era más, porque había algo... Había algo que me carcomía desde hacía un tiempo. Algo que tenía que hablar con ella.

Cuando llegué al árbol de las hadas, Natalia ya me estaba esperando. Llevaba un vaquero ancho, una camiseta lisa y ese estúpido gorro que llevaba casi siempre. No sé cuantos años tenía la dichosa prenda, pero con cada uno que pasaba la odiaba más y más. Me gustaba ver su pelo negro, me encantaba que el viento se lo moviera y el modo en el que se le desordenaba el flequillo. Aún así, me obligué a no decir nada, no quería que se enfadara. No me convenía con lo que tenía que decirle.

-¿Al final has podido engañar a tu hermanito mayor?

-Joan es un santo, ya lo sabes. Es un mandón, sí, pero, si mi libertad dependiera de María, estaría encerrada en el granero día y noche.

El tiempo que tuvimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora