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Alba

Febrero había empezado con frío, pero no más del que yo recordaba en el pueblo. Llegué a casa envuelta en mi abrigo, lo solté junto a la puerta y me encontré con mi madre y mis hermanos sentados alrededor de la mesa del salón.

—Estábamos esperándote —dijo mi madre.

Fue lo único que necesité para saber que algo no iba como debía ir.

Bueno, en realidad, muchas cosas no iban como debían, pero aquello fue determinante para darme cuenta.

—¿Y eso? ¿Reunión de brujas? —intenté bromear.

—Te he conseguido trabajo. —Joan sonrió, pero estaba tenso, lo conocía bastante bien.

—¿A mí? ¿En qué? ¿De qué? ¿Y sin entrevista ni nada?

—Siéntate, Alba —siguió María.

—Me estáis asustando.

—Para nada, es algo bueno, hija —dijo mi madre, pero sus ojos se llenaron de lágrimas, así que, por supuesto, me asusté más.

—Mamá...

—No te preocupes, se emociona, pero está contenta. —Joan parecía convencido, luego me pasó una libreta en la que habían anotado una serie de condiciones—. Es un pequeño negocio de restauración, aunque no solo hacen eso. También venden antigüedades y cosas así. El dueño está mayor y necesitan ayuda a jornada completa.

—Oh, suena interesante —dije mientras leía—. ¿Me pagarán esto?

—Sí, no es mucho, pero es un buen sueldo base.

—Sí, sí, no tengo quejas —murmuré—. Cobraba más o menos lo mismo donde estaba antes. —Sonreí mirando a mi familia—. ¿Y quieren que empiece ya? ¿Así de sencillo?

Se miraron entre ellos y supe que no, no sería así de sencillo. Nada lo era cuando se trataba de mi familia.

—Solo hay un pequeño problema que, si lo piensas en frío, no lo es en absoluto, porque yo iré contigo —dijo Joan.

—No necesito que estés conmigo mientras trabajo —le contesté riéndome, aunque un tanto tensa—. Soy una mujer adulta, Joan.

—El trabajo no es en Houston, Alba.

No supe si me ponía más tensa el modo en que mi madre y María guardaban silencio o la cautela con la que me trataba Joan.

—Puedo coger el transporte público —sugerí, pero en un tono mucho más dubitativo.

—Alba...

—¿Qué? ¿Qué pasa? —pregunté tensa—. ¿Acaso es en el fin del mundo?

Fui consciente del carraspeo de María, pero Joan no movió ni un músculo de la cara. En cambio, su mano se acercó a la mía por encima de la mesa, entrelazó nuestros dedos y acarició los míos con tanta dulzura que quise llorar. No entendía nada, pero sabía que, fuera lo que fuera, sería importante.

Lo bastante importante como para que mi madre estuviera llorando de nuevo y María no consiguiera sostenerme la mirada.

Lo bastante importante como para que Joan me hablase con voz ronca y baja, como si temiese asustarme.

Tan importante como para volver a cambiarme la vida.

—Alba..., el trabajo es en el pueblo, en casa.

El tiempo que tuvimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora