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Alba


Lo primero que pensé al entrar en la tienda del señor Gómez era si había estado allí alguna vez antes. La respuesta fue rápida: no. En la granja, eran mis padres los que se ocupaban de los muebles, así que no había ningún motivo para que yo fuese allí, ni siquiera para hacer un recado. Sabía que existía, claro, porque el pueblo era pequeño, pero no había entrado en todos sus locales. De hecho, me di cuenta de lo centrada que había estado mi vida en la granja cuando le pregunté a Marta por un par de lugares como si fueran nuevos y ella se rio diciéndome que ya estaban ahí cuando yo todavía vivía en el pueblo. Marta lo achacó a que hacía años que no vivía allí, pero la verdad era otra: no me interesaba.

No había casi nada que me interesara lo suficiente como para recordarlo. Se salvaban algunos lugares, por supuesto, como el restaurante, la librería o las tiendas de comestibles, pero había una floristería en la que yo juraba que no había entrado nunca y Marta me insistió en que seguro que había hecho algún encargo para mi madre. Hice memoria, me esforcé, pero lo único que recordé fue a mi madre dándome órdenes y a mí cumpliéndolas en modo automático para poder volver cuanto antes a las cosas que sí me interesaban, como colarme en el pub del pueblo con Natalia, pese a que todo el mundo nos conociera y supiéramos que no podíamos beber. Nos echaban siempre, pero no nos importaba. Lo que nos gustaba era colarnos, saltarnos la ley. Lo prohibido.

—¡Hola, chicas! ¿Quién es tu amiga, Marta?

Salí de mis pensamientos cuando la voz de una chica se coló en ellos. Al fondo de la tienda, tras un mostrador de cristal que servía de expositor para pequeñas antigüedades, había una chica de cabello marrónrizado. Sonreía a Marta con familiaridad, imaginé que eran amigas, pues parecían de la misma edad, así que dejé que se saludaran mientras me centraba en la tienda con rapidez. Había un montón de muebles, relojes antiguos, cuadros e, incluso, una vitrina dedicada a armas antiguas. Esa no me gustaba y esperaba que ninguna de ellas fuera funcional.

—Esta es Alba Reche, seguro que te suena su nombre.

—Oh, ¿es la chica que se marchó con su familia? Recuerdo el apellido.

Sentí que algo temblaba en mi interior, como si fuera un edificio y me estuvieran moviendo los cimientos a conciencia. Los Reche habíamos pasado de tener una granja próspera en el pueblo a ser la familia que se marchó de pronto. Y, en aquel instante, mi padre estaba muerto, mi madre y uno de mis hermanos vivían en otro país y Joan y yo... Bueno, no sabía muy bien qué hacíamos allí, sobre todo en momentos como ese. Me sentía más intrusa y extraña que cuando vivía en Estados Unidos, pero me las ingenié para carraspear y sonreír un poco, aunque fuese de un modo forzado.

—Esa soy yo. ¿Sabes si se encuentra el señor Gómez por aquí? Ayer hablé con él por teléfono y quedamos en que me pasaría.

—Oh, sí. Está en el taller. Si esperas un segundo, lo llamo enseguida.

—Claro que sí, esperaremos lo que haga falta. —Esa no fue mi voz, sino la de Marta.

No me sorprendió su amabilidad, pero sí el tono. Achiqué los ojos mientras la observaba y me fijé en el modo en que seguía a la chica con la mirada.

—¿Marta?

—¿Mmm?

Quise hacer preguntas. Muchas. Un atisbo de la Alba antigua abrió la puerta de mi interior y me gritó que las hiciera todas en modo metralleta. Pero entonces el señor Gómez entró en la tienda a través de la puerta por la que había salido la chica solo medio minuto antes y mis nervios volvieron a centrarse en la parte de encontrar trabajo. Todo lo demás podía esperar.

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⏰ Última actualización: Oct 28, 2024 ⏰

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