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Natalia
Cuarta firma

Esquivé los juguetes de Miki como pude para salir de casa y me reí cuando lo vi ponerse de pie para seguirme.

-Nat -dijo extendiendo los brazos.

-Hoy no, peque. Te prometo que luego pasaré tiempo contigo.

-¿Te vas con Alba? -me preguntó mi madre desde la silla en la que estaba tomando un poco de té antes de seguir preparando la cena para la fiesta del solsticio.

-Sí, tenemos que desenterrar la caja.

-Es una tradición preciosa -me sonrío con dulzura y se levantó para coger a Miki cuando este llegó a mi altura- Ve y pásalo bien, dale un abrazo de mi parte, ¿quieres? Hace días que no la veo.

-Lo haré.

Salí de casa corriendo, porque no quería llegar tarde, y pensando en ese abrazo que mi madre quería que le diese. En realidad... Alba y yo habíamos dejado de darnos tantos abrazos. No sé en que momento había ocurrido y no es que antes no lo hiciéramos nunca, pero ella... ella había cambiado. Su cuerpo. Bueno, ya no podía abrazarla todo el tiempo sin sentir ciertas cosas que no quería sentir. Cosas que no comprendía del todo bien. O sea, sí sabía lo que era, pero no sabía por qué me ocurría con Alba. ¡Era mi mejor amiga! Y me daba tanto miedo que ella supera que había algo raro en mi comportamiento que, simplemente, dejé de tocarla como antes. Ya no éramos niñas, ni teníamos por qué ir de la mano a todas partes, ¿no?

Llegué a la altura del árbol de las hadas a tiempo de verla cruzar la valla que separaba nuestras granjas. Traía el pelo recogido en una coleta con un lazo verde que hacía resaltar sus dinos y un vestido que dejaba sus blancas piernas a la vista. Era otra cosa que había cambiado. Últimamente, Alba ya no quería jugar si eso implicaba mancharse y en días especiales no protestaba si tenía que ponerse un vestido.

-¿Por qué llevas vestido? -pregunté.

-Esta noche es la fiesta del solsticio. -Me recordó como si fuera un poco tonta- Ya sabes, eso que hacemos para celebrar la llegada del verano y...

-Ya sé lo que es el solsticio, -dije poniendo los ojos en blanco- pero eso es esta noche.

-Sí, pero cuando acabemos, iré a los acantilados a ayudar con las hogueras.

-¿Por qué?

-Será divertido -encogió los hombros como si fuese obvio.

-¿Te parece divertido preparar una hoguera?

-Sí, Natalia. Y me parece divertido llevar un vestido bonito y bailar. Que tú seas la única que odia llevarlos y bailar no significa que yo también tenga que odiarlo.

-Estoy bastante segura de que no soy la única.

-Lo dicen las estadísticas.

-¿Qué estadísticas? ¿Las que te acabas de inventar?

Ella rio, lo que me dio la razón. Tenía una sonrisa bonita, no era como la de las demás chicas. Más tarde, de adulta, me preguntaría los motivos por los que la risa de Alba me hacía vibrar, pero en ese entonces yo solo sabía que era una risa distinta, más alegre y sincera que cualquier otra.

Desenterramos nuestra caja, firmamos de nuevo y comprobábamos que tanto el peluche como el anillo estaban en buen estado. Aún así, Alba trajo una tela que abarcara también estos objetos y no solo el cuaderno. Lo envolvimos todo y, cuando lo enterramos y me senté encima, como habíamos siempre, ella se quedó de pie.

-Ven conmigo, Nat.

-¿A dónde? -pregunté.

-¡A las hogueras! -exclamó exasperada- Ven conmigo.

-Ya sabes que no me van mucho las hogueras.

-Tampoco te van las hadas ni bañarte en el mar. A ti no te va nada que sea mínimamente divertido porque solo te interesa trabajar y gruñir. -Cruzó los brazos sobre su pecho y me miró con el ceño fruncido- A veces pienso que tienes el alma de una señora mayor gruñona.

Me reí porque ver a Alba enfadada era divertido, aunque no me gustara lo que decía.

-Me gusta montar a caballo y hoy no has querido venir conmigo.

-Ya te lo he dicho, tengo la regla y mamá dice que no debo montar para no sentirme peor.

-¿Ni siquiera vas a probar suerte? -pregunté mirándola de reojo.

Ella rio y se acuclilló a mi lado, sin llegar a sentarse. Apoyó los codos en las rodillas y miró el árbol.

-Hace mucho que dejaste de creer en ellas.

-Pero tú no.

-Tengo trece años, ya no soy una niña.

-Tampoco pareces una adulta.

-Lucas me ha enviado un mensaje hoy. Dice que quiere besarme esta noche después de las hogueras.

Me estiré y la miré mal.

-¿Por qué ibas a dejar que el apestoso de Lucas te besase?

-¿Y por qué no? -preguntó ella mirándome.

-Se pasa el día fumando desde que descubrió cómo hacerlo. ¿Quieres que tu primero beso te lo dé un chico que sabe a cenicero?

-Soy la única chica de clase que no ha recibido aún su primer beso. Sinceramente, Natalia, empieza a servirme cualquiera.

-Tienes trece años, Alba.

-¿Y qué?

-¡Que hablas como si tuvieras cincuenta y nadie te hubiera besado!

-Bueno, a veces me siento como si tuviera cincuenta. ¿Por qué soy la única a la que nadie ha besado? Es absurdo, porque no soy fea. Joder y aunque lo fuera tendría derecho a un beso ¿o no? Estoy harta de ser la última.

Pensé que, en realidad, el problema de Alba no era que no la hubieran besado, sino que era la única de su clase que faltaba por estrenarse. Siempre le había ocurrido, no soportaba quedarse atrás y eso la llevaba a hacer cosas impulsivas y un tanto estúpidas. No quería que besara a Lucas por primera vez. De verdad que ese tío era un capullo, por eso cogí a Alba del brazo e hice que se sentara con un movimiento. Ella me miró enfadada, pero entonces me acerqué a su boca y dejé mis labios a solo unos centímetros de los suyos.

-¿Quieres besar a alguien esta noche, Reche? Bien, aquí me tienes.

No di el último paso. Puede que fuera una chica un tanto impulsiva, pero no era tonta. No iba a robarle a Alba su primer beso si ella no quería que se lo diera yo.

Pero quiso. Sonrió, como si hubiese tenido la mejor idea del mundo. Eliminó la poca distancia que quedaba entre nuestros labios y pegó su boca a la mía con un beso que hizo reventar mi pecho, no por lo bonito, pues con el tiempo aprendí a hacerlo mucho mejor, si no porque era... era Alba. Me dije que sentía aquello porque era mi mejor amiga. Me autoengañé pensando que solo se trataba de un favor, pero lo cierto es que, cuando se separó estuve a punto de pedirle que se quedara justo donde estaba y me besara más, mucho más.

En cambio, Alba sonrió, se levantó, se alisó el vestido y soltó una risa.

-Verás cuando cuente que por fin he dejado de ser la única a la que no han besado. ¡Gracias, Lacunza! Eres una gran amiga. Elegí a la mejor para hacer la cápsula del tiempo.

Saltó la valla y salió corriendo campo a través de vuelta a su granja, seguramente para contarle al mundo que ya había dado su primer beso. Yo me quedé allí un poco más, sentada sobre nuestra cápsula mientras miraba el árbol de las hadas y pensaba en lo que acababa de pasar. Sentía el corazón aún algo desbocado y la sangre revuelta. Me coloqué el flequillo y suspiré, frustrada.

Si de verdad existierais, os pediría que me ayudéis a olvidar esto. Algo me dice que sin un poco de magia no voy a ser capaz de hacerlo.

El tiempo que tuvimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora